El capitalismo es un sistema económico lleno de empresas privadas cuyo objetivo es ganar dinero. Esa frase es real y suena horrible, pero contradice la realidad, porque precisamente este sistema tan egoísta es el que más bienestar ha creado para una mayor cantidad de personas en toda la historia de la humanidad.
Y ha funcionado tan bien porque cuando las empresas compiten entre sí, generan un contrapeso a ese “egoísmo”. Si quieren ganar plata, las empresas tienen que ser mejores que sus competidores, y así se termina generando un sistema donde cada vez hay más producción y más riqueza.
Pero probablemente porque su ideología solo le permite ver lo malo del capitalismo, la izquierda en América Latina es, en muchos casos, incapaz de ver ese lado bueno del sistema y tiende a echarle la culpa de los males económicos al capitalismo y no a la falta de competencia. Y esa es una de las razones por las que en nuestro país “la competencia” no recibe la importancia que debería.
Otra razón es una actitud ‘condescendiente’, o ‘conciliadora’ tan difundida en nuestra sociedad, actitud por la cual se ve con malos ojos al que compite. Es un lugar común en el Ecuador resaltar las virtudes del trabajo en conjunto, de la cooperación, lo cual es algo muy positivo, excepto cuando se trata de la relación entre empresas que deberían estar compitiendo entre sí.
El resultado final es que, por esta falta de competencia, tenemos un “capitalismo de segunda” que, como sería de esperarse, da resultados mediocres.
Y no lograremos que mejore mientras no cambien la actitud y las normas que limitan la competencia. Por ejemplo, tenemos un gobierno dueño de múltiples monopolios a los que mima, en lugar de entregarlos a la ‘despiadada competencia’ que les obligaría a mejorar. Entre esos están la producción de petróleo, los correos, la generación eléctrica, la refinación de combustibles, los seguros de bienes públicos, el transporte aéreo de funcionarios públicos y múltiples servicios financieros que el gobierno adquiere exclusivamente de instituciones públicas.
Pero también están las infinitas normas que limitan la competencia (sobre todo la competencia extranjera) como trabas a las importaciones, normas de etiquetaje, normas en las tallas de la ropa, definiciones técnicas, etc. Por ejemplo, la competencia en el mercado de cerveza depende, en buena parte, de la definición de qué es cerveza. Y en el mercado financiero depende de los precios regulados de los servicios bancarios y de las trabas para que entren a competir bancos extranjeros.
Porque hasta que no sepamos extraerle lo bueno al capitalismo, seguirá siendo un sistema egoísta que beneficia desproporcionadamente a los que tienen poder.