Cada vez que se evidencia que algún funcionario del gobierno anterior está involucrado en un problema de corrupción, altos dirigentes de Alianza País, con el ex presidente Correa a la cabeza, los acusan de traidores.
Traidores son, hasta el momento, el ex ministro de Hidrocarburos Pareja Yanuzelli. Hay que suponer que el exministro Mosquera también ha pasado a esa categoría, después de que se ha comprobado que se le transfirió un millón de dólares cuando ejercía el ministerio. Todavía no le llega el calificativo al vicepresidente Jorge Glas, detenido por una acusación de asociación ilícita, a quien, según ha declarado el Fiscal General del Estado, se le investiga también por cohecho, es decir, por haber recibido dinero de Odebrecht en relación con contratos adjudicados por el gobierno ecuatoriano, del cual fue Ministro primero y Vicepresidente después.
El Vicepresidente de la República, seis ex ministros de Estado, varios ex gerentes de Petroecuador, el ex contralor General del Estado y funcionarios de otras dependencias públicas están presos o indiciados en relación con actos de corrupción. No se trata de casos aislados, en que alguien falla y traiciona principios y acciones de un gobierno determinado.
¿Por qué la corrupción, mal endémico que termina con honras, personas y gobiernos, se ha generalizado de tal manera? Porque la concentración de poder hace prácticamente inevitable su presencia. Si no hay los contrapesos que existen con la independencia entre las distintas funciones del Estado; si no existe fiscalización, porque la Asamblea legislativa está controlada por el Ejecutivo, y porque las designaciones de los titulares de los entes fiscalizadores –Contralor, Procurador, Fiscal General, Superintendentes- recaen invariablemente en personas relacionadas con el Gobierno central, no hay independencia, y entonces es imposible que no haya corrupción.
Si añadimos que el gobierno contó con el mayor volumen de recursos de la historia -USD 300 000 millones- y que la mayor parte de la obra pública, en el sector vial y en el de los sectores estratégicos, se hizo sin licitación ni concurso, es imposible que no haya corrupción. Por eso Coca-Codo-Sinclair costó 602 millones más que el valor del contrato firmado. Por eso las esferas de gas de Monteverde costaron el doble. Y si también se utilizó la adjudicación directa para la comercialización de petróleo, con el argumento de que se lo hacía a empresas estatales, sin intermediarios, y resulta que si existieron intermediarios y la venta del petróleo no era directa, alguien – los intermediarios, funcionarios públicos, o, probablemente, los dos – obtienen un ingreso enorme, en perjuicio del Estado, es imposible que no haya corrupción.
El gobierno de tantos traidores es posible cuando el poder está concentrado y no hay fiscalización, no porque se chispotearon y los patriotas se vuelven traidores. Lo que se vuelven es corruptos.
Columnista Invitado