Un alivio. Es la atmósfera que se respiras a un mes y días del advenimiento del nuevo Gobierno y del nuevo discurso del diálogo.
El odio contenido todavía desboca su hiel venenosa en las aguas tumultuosas de las redes sociales. Allí está para quien lo quiera sorber; también habrá aquellos que se quieran ahogar en la pócima o remar en esas aguas espesas y hasta provocar sus propias tormentas en su minúscula tina.
Es verdad y no cabe ingenuidad ni falsas ilusiones que el llamado al diálogo por sí solo no soluciona los problemas. Tampoco es fórmula mágica para eludir los temas espinosos ni el escenario despeja las dificultades que puedan aparecer como punto de partida o aquellas que afloren en el camino.
El diálogo no es unanimidad ni imposición. Los expertos en la solución de conflictos saben bien que la única manera de avanzar en la construcción colectiva es adoptando una postura tan simple, aunque muchas veces impensada: ponerse en los zapatos de los otros. De esa generosa actitud emana la sensata reflexión de buscar los puntos comunes que pueden forjar entendimientos que sirvan como punto de partida. Luego identificar los temas que requieren ceder en algunos matices y acercarlos al punto medio y, más tarde valorar aquellos aspectos que para las partes en diálogo puedan significar puntos de honor, aquellos de los que no quieran moverse por ningún motivo y que pueden, en un momento determinado, trabar el proceso. Es allí donde se debe trabajar o pactar un acuerdo en los otros temas previamente descritos desechando esa máxima de que nada está acordado hasta que todo lo esté. Muchas veces esas posturas maximalistas traban los procesos de diálogo.
En todo caso, llevar a una mesa de discusión y negociaciones esos puntos delicados es mejor que el simple enunciado vertical y autoritario desde el poder, que no acepta comentarios ni objeciones y que construye una fortaleza que, por rígida puede derrumbarse -como un gigante con pies de barro-, tal y como suceder cuando la imposición es el mecanismo elegido y no el consenso en pro del bien común. Un viejo aforismo romano recuerda que la verdad suele estar en el medio.
En la práctica las mesas de diálogo instaladas por el Presidente deben elegir una agenda posible, viable, acaso no tan ambiciosa que por nutrida no se llegue a tratar.
Por ahora hay un aspecto que ha convocado a varios ex candidatos presidenciales para dar su aporte: el tema de las drogas, su honda afectación social, la huella de dolor que el consumo lacera en las familias que viven el drama y las medidas para combatirlo. La revisión de las dosis mínimas de consumo, es un primer paso.
La convicción de Lenín Moreno es que este punto crucial puede convocar a gente de distintas tendencias; merece respuesta y apertura de sus rivales y, claro, entre sus propios co idearios se espera, al menos, respeto a su idea y generosidad para acompañarle en el camino. ¿ Será mucho pedir?