¿Reina de belleza o rey banano?

Los certámenes de belleza, de reinas de belleza, han ido quedando cada vez más estrechos. Son espacios de discriminación y generación de violencia simbólica. Los impedimentos para participar o seguir en el “reinado” han creado condiciones de exclusión que rayan en la estupidez: no a la maternidad durante el reinado, medidas corporales que obligan a las interfectas a pasar por la talla de cirujanos hábiles, mantenerse solteras, no engordar, ni envejecer. La participación en uno que otro concurso, de calvas, sordas, de piernas robóticas, tatuajes en la entrepierna, o… candidatas transgénero, convierten a esta práctica en supuestamente “más inclusiva”, acorde con las nuevas modalidades que sortea el capital y que se “venden” como políticamente aceptables.

El incauto público las ha recibido sin más; un público sexista que anima la mercantilización de la mujer como parte de una Ella cosificada y segregada para deleite y fruición del ojo y la libido masculinos. El tema ha llegado a tal punto que miles de espectadores y partícipes esperan con ansiedad los reinados infantiles, lugares que no hacen sino promocionar y ampliar las redes y práctica de pornografía infantil. Estas citas de belleza se iniciaron en 1921 con Miss America en Atlantic City en Estados Unidos en pleno boom del capitalismo y liberación femenina. Desde entonces no han dejado de multiplicarse en el mundo entero…

Y de repente, sin previo aviso, se nos anuncia en torno a estos certámenes, una de las medidas más revolucionarias de los últimos 100 años. La Alcaldía de Quito las suspende porque ya “no es el momento”, “han perdido vigencia”, son “discriminatorias”, declara Liliana Yunda, presidenta del Patronato. Bien, bien por ella y por la institución –aunadas a las afortunadas declaraciones de Rocío Rosero, subsecretaria de prevención y erradicación de la violencia- que prefieren estimular a que los empresarios que invertían en publicidad y auspiciaban este evento, dupliquen sus aportes como dinero de inversión para las juntas cantonales de protección y prevención contra la violencia, cada vez más.

El municipio de Quito da una paso adelante; el gobierno, uno atrás, ha reducido el presupuesto para el mismo tipo de programas.

Para concluir, les invito, queridos lectores, a disfrutar de concursos como el del Rey Banano –no la versión de la “reina”- en Machala, durante la Feria Mundial que se celebra anualmente.

No es, según la costumbre, el desfile de hombres anoréxicos o bulímicos, operados para lograr un sexo más abultado, que se los viste de traje de baño para deleitar la vista femenina y que contestan torpemente a las preguntas de un jurado “light”. No, no lo es. Esta es una competencia entre cabezas de banano más grandes, pesados y saludables que no pisotea la dignidad humana.

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