La Universidad ecuatoriana se beneficia de los logros del sistema educativo superior contemporáneo, pero igual acoge sus problemas. El país se ve fortalecido por un incremento de la oferta universitaria pero a la par ésta es cuestionada por la falta de fidelidad a su base conceptual, como ente académico propiciador del desarrollo de la Ciencia, la cultura y las Artes y convertida en varios casos, en una empresa más.
Por muchos años la Universidad ecuatoriana pública, se ve fuertemente involucrada en política, con un descenso significativo en el nivel académico, y un importante segmento de la privada muestra un bajo nivel de credibilidad en cuanto al componente cognitivo y de estudios. Aparentemente, el gobierno anterior habría corregido este problema, cuando evaluó las universidades existentes y cerró un buen número de ellas, por considerarlas “de garaje”, sin embargo, el remedio fue peor que la enfermedad, pues la emisión de la Ley de Educación Superior (LOES), la transformaría en una Institución desvirtuada en su objetivo y funcional al poder político.
La ley debilitó profundamente la autonomía universitaria y la sometió a un modelo único, desplazó a connotadas universidades e impuso el esquema público, con la creación de “Yachay”, reintrodujo el cogobierno y politizó los organismos reguladores, como mecanismo de control, bajo cuya égida obtuvo una Universidad sometida y sujeta al cumplimiento de tareas específicas, en su mayoría lejanas a la docencia e investigación.
En ese esquema, en algunas universidades se desvinculó a antiguos maestros, menospreciando su experiencia y trayectoria, se contrató a jóvenes profesionales, muchos de los cuales llegaron por amistad y sin los méritos que demanda la Academia, se instauró un esquema de trabajo fabril, con horarios severos y controles diseñados para la clase obrera, con un clima laboral hostil que forjó una brecha profunda entre docentes y autoridades, dividiendo el claustro docente entre sumisos y menos sumisos, so pena de ser desvinculados o no programados. Así maestros e investigadores, cambiaron su rol a ejecutores de tutorías estudiantiles, control a los alumnos que realizan prácticas y pasantías, cálculo de indicadores de gestión, evaluación de pares, entre otras, casi todas inadecuadas e ineficaces, pero con sendos informes aunque en la práctica ni son reales ni aportan nada.
Pero lo más triste de todo es que algunas autoridades de otrora Universidades de prestigio, no solo que guardan silencio, sino que acomodaron a las mieles del poder, concedido por una “ideología” que no funciona y que los muestra ajenos e incoherentes. La Academia tambalea, la investigación no avanza, excepto en los informes de “rendición de cuentas”. Por suerte, existen Universidades que resisten, académicos, investigadores y estudiantes que tienen claro el rol de la Universidad.