El asco de Fito Páez

Cuando el kirchnerismo perdió la elección para jefe de gobierno de Buenos Aires, en 2011, Fito Páez escribió que sentía asco de la mitad de los habitantes de la capital argentina. Tal expresión de odio no provenía de algún militante peronista de una villa miseria, desempleado y desesperado, sino de un miembro del jet-set que había sido el cantante favorito del presidente Kirchner, jefe de una banda no precisamente de rock, cuya estatua de Unasur ofende a los vecinos de la Mitad del Mundo y debería ser trasladada a donde corresponde: al expenal García Moreno.

Según las denuncias, a Néstor le encantaba el olor de los billetes: por eso, las coimas que recogían en Buenos Aires eran llevadas por avión a su casa matrimonial de Santa Cruz, donde tenía una gran caja fuerte. También le deleitaba ‘El amor después del amor’ y como Fito estaba dispuesto a colaborar con los actos de propaganda del poder, disfrutaba de esos contratos millonarios que le siguió prodigando Cristina, con quien se exhibía en las tarimas.

No estaba solo, claro: en la corte de los Kirchner pululaban novelistas, músicos, periodistas, sociólogos, cineastas, historiadores y otros intelectuales. Todos dizque de izquierda y los más avispados gozando de la maravilla de hacer la revolución, llenarse los bolsillos y denigrar a la otra mitad del país que no aceptaba la farsa de muchos dirigentes peronistas, quienes, al decir de Jorge Lanata, pulieron el arte de “robar con la máscara del Che Guevara” en un proceso de degradación de la economía y la moral que la cínica Cristina bautizaría como “la década ganada”.

A mí tampoco me engañaron las caretas de los diversos peronismos, quizá porque viví en Argentina cuando una copetinera recogida en Panamá, Isabelita, había heredado la presidencia y la misteriosa fortuna del general Perón; y su íntimo asesor, un brujo de la peor calaña apellidado López Rega, organizaba la Alianza Anticomunista Argentina, que empezó a torturar y eliminar gente de izquierda antes de Videla. Un amigo montonero intentaba convencerme de que eso era una desviación porque la esencia del peronismo era de izquierda. Yo insistía en que la corrupción no era la excepción sino la regla del populismo.

El gobierno de Menem en los años 90 confirmó esa tendencia. No era solo el robo: hubo también testigos eliminados o ‘suicidados’ por cuestiones mafiosas. Para no romper la tradición, Menem desposó a otra vedete de lujo, la chilena Bolocco, que aspiró a ocupar el espacio de Evita, cuyo hermano, Juan Duarte, había sido uno de los emblemas de la corrupción del primer peronismo.

Así, el escandaloso final del kirchnerismo, que incluye el ‘suicidio’ del fiscal Nisman, ratifica una práctica conocida por todos, aunque los artistas y escritores de la corte de Cristina pretendan ahora hacerse los locos. Solo falta que acusen a la CIA de haber implantado los bolsos con dólares en el convento de las monjitas.

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