Por la vida

El Holocausto provocó que más de seis millones de judíos fueran asesinados o murieran por inanición, enfermedades o suicidios, pero también dejó pruebas testimoniales de supervivencia, además de una enorme oleada migratoria.

Entre 1936 y 1937, el Ecuador se convirtió en un país de acogida para ciudadanos judíos que llegaban a realizar exclusivamente labores agrícolas. En esa pequeña migración que llegó al país, se encontraba Jorge Glasser Lederer, nacido en Pilzen, República Checa, en 1923. Vino acompañado de su tío, el pediatra Otto Lederer y de la esposa de éste, odontóloga de profesión. Huérfano de padre desde muy niño, Jorge Glasser perdió poco tiempo después también a su madre y a una tía en el campo de exterminio de Auschwitz.

En enero de 1938, el general Alberto Enríquez, jefe Supremo de la República, expidió el Decreto de Expulsión de los Judíos del Ecuador, cuyo repulsivo texto decía: “Considerando: La necesidad de garantizar a todos los ecuatorianos y extranjeros que se dedican a la agricultura y a la industria, el fácil desarrollo de sus laboriosas actividades y evitar que extranjeros indeseables negocien esquivando las normas legales con grave detrimento para el desenvolvimiento nacional; Decreta: Art. Único.- A contarse de la presente fecha concédese el plazo de treinta días para que todos los extranjeros de origen judío residentes en el país que no se dediquen a la agricultura o a la industria en forma ventajosa para la Nación, abandonen el territorio ecuatoriano…”

Sin embargo, Jorge Glasser y sus tíos, entregados desde su llegada a las labores de labranza y ganadería, permanecieron en el país amparados por esa actividad que no tenía relación alguna con su vocación y profesiones. Años más tarde, en 1943, Glasser se graduó de bachiller en el colegio Mejía e ingresó a la Universidad Central donde obtuvo el título de doctor en Química y Farmacia, aunque sus inclinaciones naturales siempre estuvieron del lado de la música y la filosofía.

Tras abandonar su carrera médica, el doctor Glasser hizo un largo periplo por universidades británicas, entre ellas York y Cambridge, que lo contrataron como profesor de castellano y estudios hispánicos. Por su dominio de varias lenguas (checo, alemán, castellano, inglés, francés, italiano y portugués), regresó al Ecuador durante el boom petrolero para ejercer como traductor.

Fue un personaje típico de la estampa del Quito de los años setenta y ochenta, y en 1988, ya jubilado, decidió regresar a Europa en donde trabajó como traductor de las embajadas ecuatorianas en Belgrado, Bonn, y, finalmente, en Bruselas. Hace pocos días, el 2 de junio de 2018, falleció en un centro de reposo para ancianos.

Su vínculo afectivo con el Ecuador se mantuvo hasta el final de sus días a través de conversaciones y mensajes que intercambiaba con dos personas a las que él consideró como sus nietos adoptivos, a quienes va dirigida esta breve celebración por la vida del doctor Glasser, su abuelo.

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