Relata Ciro Alegría que se le vio a Rosendo Maqui salir del pueblo, alejarse del ayllu, con rumbo desconocido, llevado por la curiosidad de conocer otras tierras, más allá de las montañas que rodeaban el pequeño valle. Se le vio volver, sostiene Alegría, curcuncho con ese aire de quien se sabe inocente pero es culpable. Contestaba lo mismo a quienes le preguntaban que cómo le había ido: “el mundo es ancho y ajeno”, respondía. Los lugareños, sostienen, que le vieron consumirse de desaliento. En las últimas, fue más explícito: “El mundo es ancho y ajeno y así como estamos no hay sitio para nosotros”, dijo y empalmó.
Por esos encuentros que se dan me topé en París con tres paisanos a quienes conocía. Todos profesionales, graduados en la ‘gloriosa Universidad Central’ de aquel entonces. Me sorprendió verles con los hombros caídos, desconcertados, con ese aire descrito en otros hispanoamericanos como de hacerse perdonar que existieran. No era para menos. Venían de España y en cuanto transbordaron al tren francés que les conduciría a París se percataron que era mejor que el Directo Quito-Guayaquil.
Con el primer desayuno, ¡el pan francés mejor que el de pinllo! ¡Notre Dame, muy superior a la Basílica de Baños! Uno de ellos había pasado un año en Madrid. Todos los días a la Biblioteca Nacional llevado por el noble empeño de hallar en las hemerotecas referencias sobre el paso de Don Juan Montalvo por la capital de España. En el terruño se aseguraba que El Cosmopolita se había ‘codeado’ con lo más destacado de la intelectualidad madrileña. El grueso libro de notas que llevaba quedó en blanco. Ahí se inició la depresión que le acompañó hasta el final. Depresión y olvido, para ser exactos.
A los otros dos, muchos años después, los encontré en el terruño: garbosos, desenvueltos, y cordiales, la verdad. A uno de ellos se le había dado, inclusive, por escribir en el diario de la localidad. Pontificaba y era leído. Los dos, ejemplos de quienes viven satisfechos, se ven realizados, en un país subdesarrollado.
He debido recurrir a un relato y a capítulos de mi memoria para tratar de esbozar el pantano sociocultural que explicaría la situación desastrosa de la educación pública en nuestro país, hasta hace poco. Lo de ayer y lo de hoy, barbarie y civilización (ver definiciones en el DRA). Dice Marcel Roche, ilustre humanista y politólogo de la ciencia: “Los graves problemas de la educación latinoamericana los creía resultantes de nuestro origen hispánico. Descubrí que los mismos defectos se daban en todos los países subdesarrollados”. Por mi parte, en mi ensayo “Malnutrición, subdesarrollo y dependencia”, llego al punto de sostener que los esclavos de hoy, los pueblos del Tercer Mundo, llegarán a ser libres si logran dominar los conocimientos y tecnologías de la modernidad que nos ha correspondido.