Vamos, poco a poco, directo al iceberg. Pero a diferencia del Titanic original, cada vez más pasajeros somos plenamente conscientes del inminente impacto y del desastre. Pero, de manera desconcertante y angustiosa, la consciencia del eventual hecho nos aliena y paraliza. Hacemos poco o nada para que el choque no se dé; y tampoco nos preparamos para que la hecatombe, de darse, tenga las menores consecuencias posibles.
Para varios de los “conscientes”, no importa el barco, ni quienes van dentro, lo que vale es la salida individualista, cada cual apuesta salvarse por su cuenta. Algunos sacan su plata y bienes fuera, otros, los oportunistas de siempre, se ubican cerca de los botes salva vidas y tejen relaciones con el nuevo capitán.
Lo más increíble, también a diferencia del Titánic original, es que el capitán del barco y su tripulación, enajenados en su círculo de poder, visiones e intereses, ignoran o menosprecian la colisión, y enfilan cada día, con desquiciada puntería, al buque hacia su colapso: ¿la venezualización?
Otros que desean reemplazar al capitán, pierden la pista del grave momento, se encierran, cada uno en sus pequeños camarotes, planificando cómo llegar, cada cual, al liderazgo de la nave. Solo importa tener el puesto del capitán, dejando a segundo plano ideas y acuerdos de cómo salvar al barco, de cómo darle nuevo rumbo, frente a un iceberg, que no es solo económico, sino político y espiritual.
Pero también hay inconscientes de la gravedad. Muchos se divierten, como si nada, en los salones del barco, y otros, creen, que todo lo que acontece no es con ellos, que no les pasará nada, que lo que sucede es ficción, que son espectadores, están viendo cómodamente, desde sus asientos, la película Titanic.
Mientras avanzan los días, los vientos y las aguas internacionales se agitan peligrosamente dificultando la navegación. El hundimiento podría adelantarse. La salida de Inglaterra de la Unión Europea, podría precipitar una crisis global de impredecibles consecuencias. La paz de Colombia agiganta a una potencia en la frontera que podría ayudarnos o tragarnos.
Sí, el Titanic va hacia su destino. Capitán, tripulación y pasajeros dispersos, irritados, trastornados. El barco, hacia dentro, es una olla de presión, que podría saltar todo por los aires. Hay que canalizar esa energía. Dentro de los pasajeros, hay gente consciente, que ve más allá de sus camarotes e intereses privados o políticos. Sociedad civil y políticos lúcidos podrían canalizar la angustia y el descontento, lograr acuerdos de muchos para salvar el barco y darle otra conducción y destino en beneficio de todos.
Nuestro Titanic es un barco con fallas estructurales, mal manejado, pero es nuestro barco. Y el destino podemos cambiarlo, si nos decidimos a hacerlo. Creo que sí.