Dice la leyenda que Fidias, después de oír los comentarios que hizo un artesano sobre una de sus esculturas insuperables, le respondió sencillamente estas palabras: “Zapatero, a tus zapatos”. Creo que lo mismo podría decirme Patricio Moncayo después de leer estas líneas. En ellas me propongo, en efecto, dar cuenta de su libro más reciente, y lo hago con la desfachatez de quien se atreve a escribir sobre algo que no sabe. Se trata de “La planificación estatal en el interjuego entre desarrollo y democracia” (Quito, 2017) –un libro que nació de la tesis doctoral que Patricio presentó a la FLACSO y que acaba de ser publicado por la misma casa de estudios.
El libro comienza por asentar las premisas de sus análisis: no existe una sola vía para el desarrollo de una sociedad, ni hay una relación necesaria entre la racionalidad y el actuar. En nuestra América, la CEPAL representa la vinculación del saber acumulado por las ciencias sociales con el manejo de la planificación gubernamental. En el Ecuador, el discurso del desarrollo permitió “levantar un nuevo concepto de estado, basado en un amplio consenso en un campo político que encontró en la técnica una vía para superar su balcanización”.
Sobre esa base, que aparece aquí extremadamente simplificada, Moncayo describe críticamente la historia de la planificación en nuestro país a lo largo del período comprendido entre la dictadura del general Rodríguez Lara y los gobiernos constitucionales de Roldós y Hurtado. Prefiero no hablar de este tema por la simple razón de que los análisis de Patricio implican un permanente y agudo contrapunto entre las más avanzadas teorías sociológicas de la actualidad y la práctica real de las entidades que, a partir de la Junta Nacional de Planificación, fueron asumiendo la tarea de planear el desarrollo económico –es decir, se trata de un tema que sobrepasa las limitaciones de quien apenas fue profesor de filosofía antigua, medieval y moderna (nunca de la contemporánea).
Creo posible decir, sin embargo, que el libro de Patricio me parece una contribución muy oportuna en estos tiempos, cuando el prometedor anuncio de una renovación de las conductas del gobierno debe ser ratificada ya no solo en el nivel del discurso sino en las decisiones de fondo. Quizá éste sea el momento de reconocer la importancia de la vinculación de los intelectuales y los políticos. Edgar Morin decía que un intelectual es “un escritor que habla de política”. Moncayo dice, citando a Jeffrey Goldfarb, que los intelectuales no son “simples trabajadores de cuello blanco”, sino personas con conocimientos especializados “situadas en la sociedad de modos específicos frente a un conjunto de problemas sociales, políticos y culturales recurrentes”. Lo cual nos lleva a saludar que en el actual gobierno figuran los dos tipos de intelectuales: los escritores que se han involucrado en la política y los especialistas que se enfrentan a los retos de nuestro tiempo. Hay que esperar que su presencia sea saludable.