Cualquiera pensaría que estoy hablando de la autopista del Sole. No. Hablo de la necesidad de desdoblar la carretera Ambato-Riobamba, apenas cuarenta kilómetros, algo que estrangula a la Sultana de los Andes reduciéndola a ser un lugar de paso. ¿Habrá algún empresario heroico que quiera invertir en nuestra ciudad? En estos tiempos, en que todo cuenta a partir de la rentabilidad, metidos hasta el cuello en una cultura economicista, nadie se impondrá la penitencia de emplear una hora y cuarto (si todo va bien) para recorrer cuarenta y cinco kilómetros, de los cuales ya más de diez están desdoblados. Y eso, sin contar el tema de la seguridad vial (¡Señor, qué adelantamientos!), teniendo en cuenta la terrible situación que atravesamos: miles de muertos al año sembrados a voleo por todas las carreteras del país.
Riobamba es una linda ciudad de gente amable y educada, quizá demasiado silente y resignada ante el abandono de los gobiernos de turno. Da gloria recordar el pasado, las primicias y los antiguos oropeles. Pero nuestro pueblo necesita pan, trabajo y desarrollo. Seguimos creciendo a costa del despoblamiento del campo. Cada año se asientan en nuestras periferias miles de personas empobrecidas, indígenas y mestizos, que sueñan con un espacio de crecimiento integral. ¿Será esto posible cuando los empleos adecuados no llegan ni a un 25%?
No se trata de buscar un chivo expiatorio. Aquí cabe recordar aquello que cantaba el pueblo llano: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Por eso, en un momento dado, la sociedad civil (tan denostada por el anterior régimen), es decir, cámaras, universidades, empresarios y la misma Iglesia, nos unimos para solicitar lo evidente. Muchos ciudadanos respaldaron con sus firmas la iniciativa. Es difícil conformarse cuando lo que está en juego es el futuro de nuestro pueblo.
Promover una ciudad habitable, estable, desarrollada y armónica no sólo beneficiaría a la propia ciudad. Sería un referente importante para nuestros pueblos rurales, muchos de ellos enmarcados aún en el subdesarrollo, para los miles de indígenas que se descuelgan en la urbe y los miles y miles de estudiantes universitarios que, tan pronto como pueden, saludan al Chimborazo y dicen: “Ciao, pescao”.
Hablamos de cuarenta kilómetros que nos unen y nos separan (más lo segundo que lo primero) del resto del mundo. No sé si al amparo de las próximas elecciones, sería demasiado pedirle a nuestras autoridades que se unan para sacar adelante semejante proyecto. Lo cierto es que cada autoridad que pasa sin resolverlo se desacredita ante el pueblo. Y desacredita nuestro sistema democrático de convivencia en el que todas las ciudades y ciudadanos tienen derecho a vivir, convivir y crecer en paz. Ojalá entiendan que el objetivo, el más importante, no es ganar elecciones, que las elecciones se ganan para servir al pueblo.