Al 2006, la deuda pública ecuatoriana era de 13 mil millones de dólares. A mediados del año pasado llegó a bordear los 74 mil millones (ha bajado un poco en los últimos 12 meses).
Es interesante pensar que en ese lapso de 15 años, el país vivió la mayor bonanza petrolera de su historia, con ingresos derivados de una alta producción a unos precios astronómicos del crudo. Y, además, un gobierno que cada vez se quedaba con una mayor proporción de esos altísimos ingresos petroleros. En otras palabras, nos endeudamos cuando más plata tuvimos.
Para completar el absurdo, en los años de mayores ingresos petroleros fue, justamente, cuando más nos endeudamos.
Esa deuda fue para financiar un mayor gasto del gobierno, bajo la visión de que los problemas del país se solucionaban con más gasto público. En esos años el gasto creció muchísimo, financiado por la plata del petróleo, la deuda y los impuestos adicionales. Pero el gran problema es que todo ese gasto no solucionó los problemas del país.
Hoy, por ejemplo, tenemos niveles de desnutrición o de educación que no son significativamente mejores a los que teníamos hacia el 2006. Se gastó mucho dinero, proveniente en muchos casos de más deuda y no se cambió la realidad del país.
Lo que sí hubo fue una fiesta consumista. El Ecuador entero, impulsado desde el gobierno, se consumió la plata del petróleo y la plata de la deuda. Fue la gran fiesta del consumismo.
Y hoy lo que vivimos es el gran chuchaqui, esa sensación de enorme arrepentimiento que viene cuando uno se da cuenta que el bienestar del pasado era un espejismo y que ahora hay que pagar una gran fiesta que no nos dejó nada duradero: ni mejor educación ni más salud, nada. Hasta la carreteras se están yendo con cada buena lluvia.
Y los manifestantes exigen más gasto público, y menos ingresos para el Estado. ¿En qué planeta viven?