La narrativa navideña dice que con la muerte y posterior resurrección de su hijo, Dios habría dado a la humanidad la posibilidad de redimirse, a través del perdón. Es una historia esperanzadora porque habla, sobre todo, de la redención de los más pobres, de los humillados y de los sojuzgados; en definitiva de quienes fueron despojados de todo privilegio.
El privilegio mal ganado es el mecanismo sobre el que se construye la ruindad moral. Esto ya no dice la tradición navideña sino Primo Levi, autor de “Los hundidos y los salvados”, el último ensayo de una trilogía sobre su experiencia en Auschwitz.
El régimen de los campos de concentración fue diseñado para despojar a sus prisioneros hasta del último vestigio de humanidad que pudieran tener. Con esto se evitó que cientos de miles de prisioneros se rebelaran contra unos pocos centenares de nazis.
Para deshumanizar a los cautivos se crearon los “Sonderkommandos” (Comandos Especiales) que eran guardias penitenciarios judíos. Ellos eran los encargados de llevar a sus propios compañeros de celda hacia las cámaras de gas y luego de arrastrar sus cadáveres hacia los hornos crematorios, cuenta Levi.
Hacían todo eso a cambio de pequeños privilegios: algo más de sopa o menos golpizas. Los Comandos Especiales y sus privilegios “han sido el delito más demoníaco del nacionalsocialismo (…)”, dice Primo Levi, porque convirtió a las víctimas también en protagonistas de un sistema infame. Las personas que buscaban protección –la palabra “privilegio” es prima hermana de la palabra “protección”, explica Levi– debían hacer infamias, condenándose también ellas, en ese proceso.
Por eso no es coincidencia que las mafias y el terrorismo italiano de los años 70 aplicaran este mismo sistema de privilegios injustos a cambio de algún margen de protección, asegura este escritor.
Me pregunto si la sociedad ecuatoriana se ha organizado –desde siempre– alrededor de un sistema de privilegios mal ganados. La jerga popular ha llamado “argollas” a este régimen de comunidades cerradas que ofrecen beneficios a cambio de colaboración y silencio. La trama de corrupción que se está desvelando ante nuestros ojos es precisamente eso: empresas y personas formando “argollas” para obtener privilegios a las malas. Todo eso, a cambio de ser parte activa de un sistema corrupto e injusto.
Una sociedad sin privilegiados sólo existe en las utopías, dice Levi. “Pero es deber del justo hacer la guerra a todo privilegio inmerecido”, agrega.
Cuando los ecuatorianos entendamos que los privilegios deben ser obtenidos limpiamente –con base en los méritos propios– podremos erradicar la corrupción. De lo contrario, seguiremos de escándalo en escándalo, hasta que el país se termine.