En los años treinta, Ortega y Gasset advirtió como hechos característicos de la sociedades modernas, la rebelión de las masas y la suplantación de la cultura por el espectáculo. Desde entonces, ha transcurrido casi un siglo, y han ocurrido muchas cosas que testimonian la trascendencia del fenómeno y la certeza del pronóstico.
El fascismo, el comunismo, las revoluciones, la migración, el terrorismo, el nacionalismo y el populismo, la degeneración de la democracia, el deterioro del Estado de Derecho y la invasión de la intimidad por los medios masivos de comunicación, son, en unos casos, parte de la historia, y en otros, asunto de la vida cotidiana.
Las modificaciones sociales han sido tan profundas, que incluso el concepto de masa ha sido superado. El crecimiento silencioso de las multitudes y el fenómeno del “lleno” que advirtió Ortega, ha alcanzado dimensiones dramáticas, al punto que hoy deberíamos hablar de la presencia del tumulto, esto es, de un conglomerado activo, manipulable, que se impone como el referente y que excluye a todos los demás. Sus conductas y estilos prevalecen en la política, la cultura, la economía y el deporte. Son el hilo argumental de nuestras vidas.
La tecnología y los medios de comunicación –la red- han contribuido a la rápida consolidación del tumulto como hecho político y realidad social.
Lo peculiar es que se trata de un “tumulto” cuyos integrantes no siempre están vinculados físicamente, al contrario, mantienen entre sí una relación virtual, efectiva, veloz, y tan eficiente que han creado una sui géneris versión de opinión pública, sustentada en nociones primarias y elementales y, fundamentalmente, en la imagen y en el mensaje telegráfico, que inducen a la formación de criterios nacidos de las “primeras impresiones”, una especie de tormenta extraordinariamente voluble, que prospera sin pausa, sin freno ni autocrítica.
Así se ha construido una “opinión pública” que se articula en los sondeos, esos mandatos implícitos que determinan la conducta de toda clase de dirigentes, que conforman una nueva versión de la democracia, basada en la adecuación de la conducta de los dirigentes a las visiones predominantes en el tumulto invisible, pero poderoso e irresponsable.
El populismo es la expresión de la conducta de tumulto en la política. Su base está conformada por masas cuyo “argumento” es el sentimiento desbordado, y una intransigencia que anula cualquier posibilidad de diálogo. El tumulto y sus caudillos están convencidos de que tienen la única verdad, que quienes están fuera son enemigos, que la política se expresa en los actos de masas.
Todo se reduce a una idea y a un sentimiento capital: la conciencia de poder, la sensación de ser dueños de la verdad