Me han parecido tristes, penosamente insuficientes las traducciones al español de El Principito, una de las obras de ficción más bellas que sobre la condición humana se escribieron en el siglo XX. Saint Exupéry pide perdón a los niños por dedicársela a Léon Wert, una persona mayor. Tres razones explican su decisión: Wert es, en todo el mundo, su mejor amigo; puede comprenderlo todo, hasta los libros para niños, y vive entonces (1944) en Francia, con hambre y frío. Necesita, pues, ser consolado. Por si estas razones no bastaran para convencer a sus pequeños lectores, el autor dedica la obra ‘al niño que antes fue esa persona grande’: ‘todas las personas mayores fueron primeramente niños, pero pocas de entre ellas lo recuerdan’. He aquí la nueva dedicatoria: ‘A Léon Wert cuando era niño’…
Quizás la armonía, la dulce belleza del francés difícilmente puedan verterse en nuestro idioma recio, rotundo. Aunque la fluidez de la gran poesía en español tenga la virtud de extraer de esa fuerza tantas posibilidades de sutileza y esplendor, verter los textos de altísimo lirismo de El Principito es trabajo distante.
Metro Chatelet; almuerzo en el restaurante universitario. Luego, bajamos a los baños antes de ir a las clases de la tarde y, a la puerta de uno de los servicios, nos atrae un apunte extenso, cuya lectura supone el riesgo de topar un despropósito soez. Quise evitar leerlo, pero se me impuso su escritura mesurada y paciente; repetía el texto del secreto que el zorro ‘regaló’ al principito antes de que partiera de regreso a su planeta y a su rosa: “On ne voit bien qu’avec le coeur. L’essentiel est invisible aux yeux”: “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos”. Lo traslado en francés, porque así lo escribió su autor y así lo leí, y la versión española refleja su profunda belleza. Al comentar con mi mejor amiga ese ‘encuentro’, ella me dijo: ‘Esto solo pasa en París’.
También en Quito ocurren milagros: Hernán Rodríguez Castelo, intelectual y maestro querido por tantos discípulos con quienes, además, subía a las montañas, había descubierto esta obra singular. Un único ejemplar de El principito permitió a los alpinistas copiar el texto a máquina, doblarlo y guardarlo en su mochila. ‘En los pajonales, en los arenales al pie de las nieves eternas’, en la noche andina repleta de estrellas, ya en las carpas y a la breve luz de una vela o una linterna, leían en voz alta episodios del bellísimo libro. En 2005, Hernán escribió una corta biografía de Saint Exupéry, cuyo manuscrito conservó su exalumno Iván Torres. Traducida al francés por Serge Maller, director de la Alianza Francesa, e ilustrada por su joven hija, Julie Bouliol, la editó la Casa de la Cultura. Iván, en su presentación, compara con la del principito, la partida del maestro: ‘un relámpago traspasó su cerebro y Hernán inclinó en silencio la cabeza, luego de haber disfrutado por última vez del viento del Ilaló’.