He vuelto a leer El Capital de Marx, no el de don Carlos, sino el de don Reinhard, Cardenal Arzobispo de Munich, entendido en la materia y con suficiente sentido del humor como para parodiar el título del libro dada la coincidencia del apellido. En el capítulo cuarto de su obra habla de los bandoleros antiguos y modernos y de por qué necesitamos el principio de justicia.
La verdad es que ningún político, sindicalista o representante de ningún lobby deja de proclamar y de pedir justicia. Eso oigo en todo discurso y foro en el que participo y eso mismo pido yo. Pero es evidente que no todos queremos decir lo mismo. Cuando escucho a los padres de la patria siempre acabo preguntándome si algún día se pondrán de acuerdo en lo que es justo. Lo mismo me pregunto cuando veo a nuestros jóvenes ejecutivos: ¿podrán ser justos y, al mismo tiempo, tener éxito en medio de una economía globalizada?
Siento que la misma noción de justicia es bastante problemática y que mucha gente sufre cuando se ve metida de lleno en medio de tantos límites y contradicciones. Siempre recuerdo a un joven empresario que, un poco harto, me decía: “La cosa es simple… Si no pago coima no me dan el contrato; si no me dan el contrato tengo que despedir a un montón de gente… That is the question”. Comprendo que no es fácil, pero la dificultad deja en evidencia lo necesitados que estamos de anclar la noción de justicia en nuestra vida cotidiana y, muy especialmente, en la dignidad de las personas.
Que usted y yo seamos decentes, dignos y honestos no es suficiente. La justicia tiene que inspirar también a nuestras instituciones y a nuestra sociedad ecuatoriana, demasiado complaciente con una corrupción que, poco a poco, se ha ido metiendo en nuestra piel. Vale esto tanto para los descamisados de la isla Trinitaria como para los petimetres de la ‘city’.
San Agustín ya lo dijo hace unos mil seiscientos años: “Sin la virtud de la justicia, ¿qué son los reinos sino unos execrables latrocinios?”. En el mismo texto hace referencia a las palabras que un corsario le dirigió a Alejandro Magno con una cierta arrogancia: “Porque yo ejecuto mis piraterías con un pequeño bajel me llaman ladrón, y a ti, porque las haces con formidables ejércitos, te llaman rey”. Atrevido el corsario, pero nos deja una gran lección: no hay relaciones humanas, ni sociales, ni políticas, sin justicia, aunque ponernos de acuerdo en lo justo nos lleve la vida entera.
Todos, políticos o no, deberíamos de tenerlo muy en cuenta.
Una de nuestras grandes preocupaciones tendría que ser la justicia (especialmente la justicia distributiva) que, por desgracia, anda un poco desprestigiada. Ahondar este desprestigio no es sólo un error político, es un error moral. Ojalá que mis palabras no caigan en saco roto y que la primera preocupación de nuestro pueblo sea construir un país en el que reine la justicia.