Toda madre merece respeto y veneración. Lo que presento hoy es el caso de madres de hogares básicamente pobres, de un conglomerante humano que se debate en la adversidad económica más profunda por la pandemia del coronavirus.
En su hogar hay carencias, angustia, limitaciones de toda clase, particularmente si el ingreso económico del esposo o compañero es corto; peor, si no tiene trabajo o lo ha perdido. El hombre pierde la paciencia fácilmente y descarga su enojo en ella.
Hay niños que no entienden -dada su corta edad- por qué están impedidos de asistir a la escuela o colegio y deben permanecer dentro de casa, un día tras otro.
Pobre madre de familia: si estuviese en su posibilidad daría a su grupo mejor alimentación, con productos que proporcionan proteína como carne, huevos, leche y vegetales proteicos; mas por los magros ingresos que recibe acude básicamente al arroz, plátano verde, papas, que aportan energía, llenan el estómago y alejan el hambre; además se los consigue en precios al alcance de su posibilidad.
Seguramente en la intimidad esa madre da pábulo a su tristeza, se refugia en plegarias a Dios y retoma con infinita paciencia lo que viene en los días siguientes. Acaso tiene asidero la anécdota del niño próximo a nacer que ruega a la Divinidad que no permita su venida al mundo lleno de injusticia y peligros. El Señor le tranquiliza con estas palabras: no tengas miedo, velara por ti un ángel: tu madre.
Todo ésto –si por desgracia- no llega la enfermedad, aunque sea leve. Las medicinas caras no proporcionan los hospitales, ni el Seguro Social ocupado en prestar todo el dinero de los afiliados a los gobiernos de turno, o en compras como las que estamos observando estos días. Esta penosa realidad ha sido continua; antes, con menos frecuencia y valor en sucres; ahora, por millones de dólares. Los dirigentes del Estado nos tranquilizan con el cuento de la luz que –dizque- ya se la divisa al final del túnel. Al parecer, lo que ellos ven es la luz del planeta Venus. Pero no hay cambio, ni siquiera en los discursos de políticos y politiqueros que ofrecen servir a “los pobres”.
Todos son parecidos, tanto en las campañas permanentes de oposición al gobierno de turno, si no los han atendido en sus pretensiones, cuanto en los periodos electorales.
Mientras tanto, las madres de hogares pobres continúan día tras día en su dura y penosa labor de satisfacer la supervivencia del grupo de su amor: hijos y esposo o simple compañero; en otras esferas sociales no conocen estas realidades y sus esposos son los que dictan las leyes que los de abajo deben respetar so pena de recibir sanciones que acaban con el saldo de sus ingresos. Y cuando los hijos ya casados deben trabajar, las madres –además- deben cuidar nietos que los encargan. No tienen un solo día de descanso.