A fines del siglo XX, Pierre Bourdieu anunciaba “la exclusión del debate público de los intelectuales”, es decir, la consunción del último contrapoder que ha existido desde que estos se consolidaron históricamente en el caso Dreyfus (en el entramado de una perversa sentencia antisemita contra el capitán Alfred Dreyfus, de origen judío, que puso en vilo a Francia durante más de un decenio, apareció, entre otras, esta palabra). Desde entonces, el término “intelectual” ha sido objeto de inacabables teorizaciones y controversias.
Antonio Gramsci explicó el ir histórico de los intelectuales inscribiendo a los clérigos en el feudalismo, a los liberales en el orbe burgués y a los “orgánicos” en el movimiento obrero del esquema marxista. Los estamentos poderosos, según el pensador, no solo operan con base a medios represivos sino que requieren construcciones hegemónicas sustentadas en culturas y éticas, para lo cual los “intelectuales orgánicos” son necesarios. (Poco se ha mencionado la presencia de los “intelectuales” funcionales al capital financiero y al mercado libre, porque marxistas y tardomarxistas se apropiaron del término).
Intelectuales fueron sabios, científicos, artistas, sacerdotes, periodistas, según la noción “seráfica”, pero a base de cabriolas y sumisiones, una legión de diletantes se incorporó a ese espacio. Puede decirse que aún hay una multitud de cándidos que hacen lo imposible por ser ungidos de “intelectuales”. Si los hay, son los que está prodigando la historia: hackers, blogueros, youtubers, wikipedianos, consultores políticos, de imagen…
Tiempos convulsos los que vivimos, pero, ¿no siempre lo fueron? Vivimos una nueva crisis del capitalismo que conmociona el centro económico y financiero global; a partir de esta realidad, hay quienes insisten en que la misión del intelectual es decisiva para pensar en el derrotero de la humanidad en la traslación de un exhausto orden neoliberal a algún sistema en el que no se podrá prescindir de la inteligencia artificial y la robótica, el realismo virtual e internet, la genética, la “nube”…
¿Fueron “intelectuales” los forjadores de revoluciones? Pensar que sí es seguir ante un risible fetiche. Los teóricos se represan en sus ideaciones, salvo que pasen a convertirse en políticos (activistas). Condiciones que germinan problemas desbordantes son las únicas causas que inauguran revoluciones.
En nuestro país, un grupúsculo de “intelectuales” devino felpudo itinerante del déspota de la década saqueadora. Sumisos, celebraron sus desvaríos. Lambones de oficio (término que endosó a uno de ellos ante un gentío asalariado) se mimetizaron en pulgas circenses y saltaron al círculo del nuevo mandante; otros corrieron a universidades y ministerios creados por el ídolo de hojalata, instituciones cuya existencia parasitaria, luego de ser auditadas, deben pasar a consulta popular.