China, España, Italia, Francia, EE.UU., Brasil, Argentina, Inglaterra y México, son países que, por el gran desarrollo de la ciencia y docencia en medicina, se han constituido en los principales centros de formación de médicos del orbe.
La tragedia que, inicialmente sorprendió a China, se extendió a esos lares, sobrepasó la capacidad de los hospitales y de las terapias intensivas, creó decisiones desgarradoras como luchar por la sobrevivencia de los jóvenes y soslayar la de los ancianos. El contagio y la mortalidad desbordaron las previsiones.
Nuestro país, víctima del mayor atraco de la historia por la codicia, la sed de enriquecimiento ilícito y la tolerancia generalizada al corrupto que “roba, pero hace obra”, hoy requiere, con angustia, ese dinero para dotar a los médicos rurales, a los médicos tratantes, a las enfermeras y a los trabajadores de la salud de equipos de protección biológica y, a los pacientes contagiados, de ventiladores, de camas de terapia intensiva, de centros de aislamiento, con los que se podría disminuir el luto que aflige a cientos de hogares de toda condición social, cultural y económica.
Esa deprimente realidad no ha sido concientizada por los que mancillaron la dignidad de la patria y ellos inconsecuentes con el dolor nacional hacen mofa de la angustia generalizada y, en lugar de apoyar, como lo han hecho empresarios y personas solidarias, utilizan su mal habido dinero en contratar insultadores y desestabilizadores nacionales e internacionales. No les importa la patria, defienden sus alforjas y sus triquiñuelas.
La calamitosa economía, la intensidad de la pandemia y la errónea asesoría internacional, obstaculizaron una respuesta oportuna a la virosis. Hubo demora en la nominación de un ministro de Salud solvente; la labor y el esfuerzo encomiables de la ministra de Gobierno y del Vicepresidente, no fueron suficientes para lograr la efectividad que alcanzaron Corea del Sur, Nueva Zelandia y la ciudad italiana de Veneto, que no acataron recomendaciones de la OMS, que se han demostrado equivocadas, como la de “solo hacer pruebas a quienes tenían síntomas”, o la que afirmó “las mascarillas son útiles únicamente para enfermos o trabajadores de la salud”. Hoy se sabe que las mascarillas son indispensables para todos. No puede retardar más la implementación de pruebas rápidas, para las personas que están en contacto con los pacientes covid-19 (médicos, enfermeras, auxiliares, tecnólogos, policías, militares, choferes, camilleros, vendedores) para determinar, aunque sean asintomáticos; si poseen el virus y, si son positivos, se los debe aislar de inmediato, hasta que el resultado sea negativo. Si no se cumple con este proceso y si la ciudadanía no se somete disciplinadamente a la cuarentena, el contagio y sus efectos mortales no mermarán. Las pruebas rápidas no son costosas, el tratamiento intensivo si.