Impunidad verde

La descomposición es corrupción propiamente dicha. La metáfora alude a un estado de cosas donde la impunidad y el abuso son la norma.

La consolidación de los modelos autoritarios suele conllevar un sistema perpetrado desde el poder para procurar silencio.

El Ecuador pasó (¿acaso ya pasó?) por la experiencia de un proceso de acumulación de poder sin equilibrios ni contrapesos.

Una década bastó para demoler la institucionalidad y someter a los cobardes o acomodaticios. Muchos de los especímenes cómplices reptan por los resquicios de la función pública, acechantes, o dejan pasar el tiempo. Algunos siguen sirviendo los intereses de ayer o sus propios intereses.

Con un Ejecutivo fuerte, con un corte caudillista autoritario, el sistema esculpió una mayoría desproporcionada en el poder legislativo. El belga D’Hondt jamás supo en que convertirían su modelo matemático los políticos perversos para sepultar la expresión de las minorías y someterlas.

A la justicia, siempre sospechada, le metieron mano inmisericordemente, no para transformarla ni modernizarla sino para someterla a una sola voluntad, presionando por sentencias, forzando interpretaciones constitucionales, sirviendo de brazo operador para la persecución del distinto o de quien discrepaba o se oponía.

Y en ese modelo perverso, cuando aquella mano se enterró en las entrañas hasta el mismo hombro, anidó la impunidad.

Entonces las corruptelas de las compritas públicas trocaron en los contratos millonarios. Grandes obras con grandes comisiones. Diezmos o coimas. Sistemas ‘ejemplares’ de empresas multinacionales que diseñaron el crimen perfecto.

Dinero público, obras faraónicas, muchas importantes, otras, ¿quién sabe? Altos precios, y las maquinarias políticas de las campañas aceitadas debidamente con dólares verdes, un color que comparten banderines y estandartes, el color revolucionario, flex, de la descomposición más metastásica del Siglo XXI, y del XX y acaso del XIX, también.

El modelo que llegó desde el oriente fue probado. Grandes partidos de Brasil llenaron sus arcas proselitistas y las faltriqueras de los dirigentes con dineros que salieron del erario nacional. La institucionalización del sobreprecio profundiza, grosera, la inequidad. La impunidad, el telón de fondo.

Pero nada es eterno, acaso el universo mismo no lo es. Poco a poco van cayendo. Están lejos, refugiados en cualquier ático, alguno dictan el libreto como ventrílocuos ; huyeron al paraíso de Venezuela o el acogedor Miami. Un puñado, quedó recluido en Latacunga, otros, pasean tímidos con grillete. Hay quienes no pueden salir a la calle.

La labor por hacer de la Fiscalía es interminable. Deben curar de malos espíritus los mismos locales de edificios antes perforados (¿ antes?) por micrófonos ocultos. Paredes que no hablan pero que vieron mucho. Miles de expedientes donde se arruma la impunidad verde, aquella de la década pasada, o tal vez de las prácticas heredadas.

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