Honor y vergüenza, honradez y corrupción, verdad y mentira, son varios de los opuestos que tapizan el sendero vital de los seres humanos. Unos caracterizan su existencia con cualidades y otros con defectos. Los primeros construyen, los segundos destrozan.
Contemplamos el accionar ejemplar de pocos y el proceder incorrecto de muchos. Hace contados días falleció un prohombre, el Dr. Julio César Trujillo y ha sido sucedido por el engaño, la incorrección, el perjurio y la desbordante vanidad de un novísimo aprendiz de político que, por defender al voraz gobierno anterior, incumple sus deberes religiosos y se esfuerza por heredar la prepotencia y la codicia de que hicieron gala los deshonestos. Demasiado grande y limpio el sillón de Trujillo, para ser ocupado y denigrado por una mentalidad torcida.
Cada día constatamos el inconmensurable hurto de fondos públicos por parte de la horda que, de manera premeditada, armó detalladamente la estructura delictuosa que le permitió enriquecerse fraudulentamente.
Este lúgubre escenario contrasta con el brillo de la dignidad y de la honradez de aquellos ecuatorianos de los que se enorgullece la patria, testigo de su transparente accionar, en la milicia, en la labor social, en el campo profesional, docente o político.
Otro destacado y conspicuo representante de estos compatriotas dignos de admiración es el Dr. Wilfrido Lucero Bolaños, jurisconsulto y político carchense que desde su temprana juventud ocupó dignidades de elección popular: concejal, alcalde de su amada ciudad, Tulcán, prefecto de la provincia del Carchi, diputado provincial, diputado nacional, presidente del Congreso Nacional, en tres oportunidades y presidente del Parlamento Andino. En todas ellas sobresalió por su espíritu democrático, integridad, inteligencia, capacidad, valentía y honestidad intelectual y política. Severo enemigo de las dictaduras, enfrentó a todas, así lo hizo como líder de la provincia del Carchi, el 26 de mayo de 1971, cuando –en su calidad de prefecto- encabezó la protesta contra Velasco Ibarra que había instaurado dictatorialmente un injusto impuesto a las personas que cruzaban por el puente de Rumichaca. El masivo levantamiento provincial obligó al gobierno a derogar ese impuesto. Su sabia y orientadora opinión nos sigue dando luces cuando la mediocridad campea en la política y el acomodo personal sucumbe a los intereses del país.
Luchador, de voluntad férrea, ha vencido complicadas afecciones, en varias oportunidades y lo está haciendo una vez más, inmerso en su proverbial austeridad fruto de la transparencia de su pensamiento, expresado en su frase, “ser honrado no cuesta nada”.
Ajeno a la lisonja del adulo y al oropel del homenaje, Wilfrido Lucero merece un sitio especial en la historia política del país.