En estos días aciagos, muchos recuerdan que Winston Churchill, en la hora más oscura de una Inglaterra al borde del desastre, con los ejércitos invictos del nazismo disponiéndose a invadir la isla, solo pudo ofrecer a su pueblo sangre, sudor y lágrimas. Sin llegar a ese extremo, el Ecuador también está abocado a una situación dramática que irá agravándose con el paso de las semanas, cuando la expansión del virus será acompañada por una aguda recesión económica, con desempleo y miseria, en un país acostumbrado a las mentiras populistas.
Si Churchill dijo la verdad y tuvo a un pueblo unido hasta el sacrificio bajo su mando (luego diría que el pueblo inglés era el león; “yo solo le puse el rugido”), acá tenemos en cambio a un país dividido, con una legión de golpistas manejados a control (o troll) remoto desde México por prófugos millonarios que pretenden, como en octubre, tumbar al Gobierno para retomar el poder y arreglar sus problemas judiciales.
Otra fue la reacción nacional durante y después de la guerra del Cenepa, cuando la victoria militar dio pie para que el país aceptara la realidad del Protocolo de Río, y, a pesar de que hubo cuatro presidentes, un golpe de Estado y una Asamblea Constitucional, se lograra mantener la misma línea de negociación con dos cancilleres que eran diplomáticos de carrera: Galo Leoro y mi vecino de columna, José Ayala Lasso, quien firmó los acuerdos de paz en Brasilia y años después contó la historia del conflicto territorial en ‘Así se ganó la paz’, donde recalca que la comunicación veraz y directa de lo que se estaba negociando consolidó el apoyo decidido de todos los sectores a la búsqueda de la paz.
Sin embargo, no aprendimos la lección. Cinco meses después del acuerdo con Perú estalló la crisis económica y las disputas internas: la oligarquía regionalista marchó en defensa de un banco fraudulento y llegó a plantear la independencia de su ciudad, mientras los indígenas y los militares concebían y ejecutaban el siguiente golpe de Estado.
Ahora, Correa exige (!) la renuncia del Gobierno y su ejército de trolls difunde mentiras y busca desprestigiar a la persona que está conduciendo con entereza la lucha contra el virus, el vicepresidente Sonnenholzner, calumnias que sus fanáticos se apresuran a replicar en Facebook con odio y con insultos, tratando de aumentar la sensación de caos y terror.
Si, como anotan los analistas, nos hallamos ya en una economía de guerra que requiere del apoyo sacrificado de todos los ecuatorianos, ¿cómo se puede calificar a un grupo que pone en peligro a la nación entera? ¿Y cómo catalogar a esas organizaciones aliadas con el correísmo en el CNE y la Asamblea Nacional, que amenazan con levantamientos, tomas de aeropuertos y discursos que echan la culpa a quienes migraron al puerto? Todavía tienen tiempo de rectificar.