Las recientes elecciones nos han hecho pensar en la crisis de las ideologías. Ahora pienso en la crisis de los valores (antes llamados, virtudes o principios). ¿Estarán perdiendo vigencia valores morales aceptados hasta ahora en los códigos éticos? ¿Estará perdiendo valor la misma vida?
¿Se estarán imponiendo contravalores tales como el egoísmo, la corrupción, la falsedad,… hasta el punto de poner la ética en peligro de extinción?En no pocas ocasiones da la sensación de que los valores se han ido… y nadie sabe cómo ha sido.
Hace unos años comenzamos a hablar de la crisis de valores, algo que engendró una enorme perplejidad, especialmente entre aquellos que vivían aferrados a sus creencias, tradiciones y criterios. Sin arrogancia y con humildad, tengo que decir que tener creencias y convicciones sobre el mundo y nuestro destino como seres humanos, no es necesariamente malo. Malos, mediocres o cantamañanas somos nosotros cuando las creencias (incluida la fe religiosa) van por un lado y la vida va por otro.
A pesar de que los valores también cotizan en el mercado, es indudable que existen y tienen su importancia. También es verdad que el hombre sin ellos no puede existir, puesto que el valor de no tener ninguno también es, paradójicamente, un valor, el del cinismo y la amoralidad. Por eso, queridos lectores, oso recomendarles la mayor cautela y andar de puntillas cuando disertamos sobre los valores para justificar lo que hacemos o dejamos de hacer. Por mi parte, procuraré ser cauto y limitarme a afirmar que sí hay valores, que unos son superiores a otros y que, a veces, no sé del todo de qué se habla cuando la gente se refiere a ellos.
Con frecuencia oigo decir algo parecido a esto: “Nuestra institución no es confesional, pero educamos en valores”. ¿En cuáles? Tendríamos que decir de qué estamos hablando, renunciando, por supuesto, a imponerlos por la fuerza. Por mi parte, he descubierto que sólo conviene la persuasión por vía pacífica y dulce. La caridad se practica, diría un cristiano, consciente, por un lado, de la grandeza del evangelio, pero, por otro lado, conocedor de las contradicciones y miserias del corazón humano.
Como quiera que soy un hombre creyente, aunque un poco deficitario, tengo que decir que mis valores (la compasión, la amistad, la solidaridad, la empatía y otros) me ayudan a vivir alegre en la esperanza. No es que viva en la visión beatífica.
Siempre recuerdo el hermoso verso de Campoamor: “Por más contento que esté / una pena en mí se esconde/ que la siento no sé dónde / y nace no sé de qué”. Imagino que será fruto de estos tiempos recios, duros, sin horizonte de sentido, en los que nos toca vivir. Tiempos más bien conformistas con los postulados fáciles de la sociedad de consumo, que nos amordazan e impiden comprometernos en la búsqueda del bien. En el hueco de la esperanza yo sigo buscando.