En la ciudad en que vivo, en todas las estaciones de metro, hay carteles con mujeres diciendo “Me casé de esperar…” Cada cartel tiene un mensaje diferente: Esperar que las crisis pasen, que otros derechos sean reconocidos primero, que la equidad no llegue, que no podemos decidir cuándo y cuántos hijos tener. Y es un mensaje universal. Yo podría estar hablando de las crisis económicas, políticas y sociales que azotan la región y dejar en segundo plano -como siempre- la despenalización del aborto por violación que ahora mismo está en la Corte Constitucional en el Ecuador.
Siempre creí que el camino de la despenalización del aborto era la Corte Constitucional. Dejar este debate tan delicado y lleno de consideraciones no sólo filosóficas y jurídicas sino de descarnada política pública y reconocimiento pleno de derechos no debía ser presa del populismo politiquero propio del Congreso, donde los votos pesan más que temas éticos o de justicia. Los resultados de septiembre despejaron toda duda al respecto. Los cabildeos de la sinrazón tuvieron mucho más peso que la necesidad más íntima de las mujeres. Pero tal vez sólo hicieron una cosa bien: dejaron la disposición transitoria segunda en el texto y ésta ordena al Ministerio de Salud y al Consejo de la Judicatura emitir la normativa del caso en el plazo días para aplicar la despenalización del aborto por violación. Hay que agradecerles a los asambleístas el camino legal que han dado a la Corte Constitucional para resarcir un derecho mínimo que Ecuador estaba negando a las mujeres en flagrante violación de todos los instrumentos internacionales que Ecuador ha firmado y que son vinculantes para nuestro sistema jurídico (se supone). Ya es cansado de decirlo, pero hay que insistir: pedir a una mujer -peor aún a niñas y adolescentes- seguir con un embarazado tras ser víctima de una violación es una forma de tortura. Peor aún cuando en el Ecuador muchos de estos casos son incesto. Las consecuencias físicas, sicológicas y sociales terminan con la vida plena de esa niña o adolescente y, por tanto, se le conculcado derechos.
En septiembre perdí completamente la fe en que esto pueda ser una realidad, pero ahora niñas, adolescentes, mujeres vulneradas y vulnerables pueden tener una nueva y última oportunidad con la mejor Corte Constitucional que ha tenido el Ecuador. Y en verdad creo que es así. No puedo pensar siquiera que juristas de la talla de Daniela Salazar, Carmen Corral, Hernán Salgado, Agustín Grijalva, Ramiro Dávila decidan un camino diferente. Desde el punto estrictamente de derechos, sería incomprensible que la misma Corte que legalizó el matrimonio para la comunidad GLBT y, que acaba de sancionar que la entrega de puntos adicionales a las mujeres en concursos de méritos y oposición no vulnera los principios de igualdad, sea la misma que siga aceptando la constitucionalidad de la penalización del aborto aún en casos de violación. Hago propio el mensaje de ahora: las mujeres estamos cansadas de esperar que nuestros derechos sean la última rueda del coche.