Hace unas semanas, mientras los concejales se reunían y acordaban la estructuración del Concejo de Quito, un canal de televisión, en sus noticiarios, titulaba la noticia “sigue el reparto”, censurando peyorativamente esas conversaciones.
¿Es posible que en un cuerpo colegiado con 21 integrantes, en el que ninguna fuerza tiene por si sola el número suficiente de representantes para constituir el Concejo, nombrar sus dignidades e integrar las diferentes comisiones, se deje de concertar para hacerlo? No solo que no es posible, sino que es indispensable hacerlo. ¿Por qué, entonces, se sataniza esa acción, desprestigiándola ante la ciudadanía?
Se reclama que la actividad política -que en el Ecuador es de caníbales- mejore, y se desprestigia el acto elemental de conversar y acordar para gobernar. El empeño principal en muchos políticos está en destruir al otro, al que piensa distinto o milita en otra tienda y ese empeño negativo se contagia a otras instancias. No es el de colaborar para encontrar las mejores soluciones a los problemas que siempre existen, para lo que se necesitan niveles mínimos de gobernabilidad.
Es loable que en el Concejo de Quito se hayan producido esos acuerdos que permitan al Alcalde y al Concejo, trabajar en paz y aplicar los planes y programas necesarios. Por supuesto, acordar no implica incondicionalidad ni dejar de fiscalizar. Debe ser el ejercicio legítimo de la democracia, que reconoce realidades y conduce a superar escollos que permitan gobernar.
Cosa parecida sucedió en la Asamblea Nacional. Cuando todo hacía pensar que el caos inauguraría el período legislativo, varias fuerzas, disimiles entre sí, unieron esfuerzos, constituyeron las autoridades y más instancias parlamentarias, proyectando una imagen de estabilidad, positiva para el país. No faltan voces que censuran todo acuerdo, generalmente cuando quienes representan esas voces, no participan del mismo. Pero en democracia es imposible no concertar.
Ningún extremo es bueno. Ni el de las mayorías más uno – incondicionales con el poder de turno, abriendo así las puertas al abuso y la arbitrariedad-que avasallan e ignoran a las minorías menos uno, ni el de la oposición ciega que obstruye todo.
El acuerdo y la negociación son indispensables en un país democrático. Con transparencia, orgánicamente, sin cartas bajo la mesa. Entre los distintos partidos, no con curas sueltos que se convierten en mercenarios que exigen réditos en cada ocasión.
Fortalecer a los partidos políticos es indispensable para que existan esas relaciones orgánicas. Los partidos debilitados son el germen de la negociación indebida y del acoso desde el poder. Hay que señalar a los que actúan mal, con nombres y apellidos. La generalización es injusta y perniciosa, con lo que da lo mismo ser honrado que corrupto, responsable que desaprensivo. No hay que satanizar los acuerdos, hay que exigir que sean transparentes.