No es en la iglesia y tampoco es en la escuela. Es en la familia donde se establecen los valores de una persona, del ser humano; desde su infancia. Si, la iglesia y la escuela ayudan a reforzar, a reafirmar los valores morales y éticos del individuo, pero es en el núcleo del hogar donde se origina y fomenta la conciencia moral y será ésta la primerísima y principal fuente a través de la cual se seguirán trasmitiendo los valores de generación en generación. Es así como el mundo ha evolucionado y continúa evolucionando, a pesar de los retrocesos que se puedan presentar, independientemente de la religión que profesen y de la educación que reciban.
Preocupa entonces, ver como los casos de corrupción se propagan y se convierten en actividades recurrentes y que, por ello, ya casi nada nos llega a sorprender.
Según estudios realizados por Chandan Jha y Sudipta Sarangi publicados en el “Journal of Economic Behavior & Organizational”, en un análisis de más de 125 países se establece que la corrupción es menor en aquellos que cuentan con una mayor participación de mujeres en cargos públicos. Se desprende de este artículo, que el hecho de ser madres haría que ellas cuenten con mayores valores morales que los hombres.
Sin embargo, continua el estudio, es todavía prematuro establecer si efectivamente las mujeres son menos tolerantes a cometer actos de corrupción o si ellas cometen menos actos al no tener acceso a cargos en los cuales se desenvuelve la red corruptiva; a que no participan en los foros donde realmente se establecen las políticas públicas y se toman decisiones de transcendencia nacional.
Mito o verdad, el hecho es que en el Ecuador se observa, cada vez con mayor frecuencia, casos de corrupción directamente vinculados a mujeres.
Esto último, supondría que la brecha existente entre hombres y mujeres en actos delictivos se estaría acortando debido, principalmente, al acceso de éstas a cargos y puestos relevantes.
Y si esto es real, los valores morales del conjunto de la sociedad estarían enfrentando un serio desafío pues los núcleos familiares, anteriormente soportados principalmente por la madre, comenzarían a carecer de valor y el tradicional ejemplo familiar pasaría a convertirse en una utopía.
Todo esto, obligaría a desarrollar nuevos modelos de conducta y de formulación sobre los valores en los que debe coexistir una sociedad.
Cabe entonces iniciar un proceso pedagógico en el cual se reformulen y establezcan los verdaderos objetivos del ser humano, priorizando valores como el de la honestidad, el respeto y la dignidad; y castigando de manera ejemplificadora todos los actos de corrupción; independientemente del género.