La roca en el zapato

A los expertos de la historia del derecho les corresponderá el análisis histórico, lógico y político de las condiciones en las que en la Constituyente de Montecristi se alumbre al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. Un producto que, por su monstruosidad, debiera corresponder al archivo del Área 51 en Nevada, EE.UU. donde se ocultan los primeros platillos voladores y sus tripulantes.

A pesar del mandato del artículo primero de la Constitución, se desarticuló el Estado de Derecho, basado en la división tripartita de las funciones del Estado. Las estratégicas designaciones de los titulares de los organismos de control, que eran atribución exclusiva de la función legislativa, fueron trasladadas a un órgano integrado por supuestos representantes de la ciudadanía escogidos en “concursos de oposición y méritos”. Por lo tanto, las anteriores designaciones producto de debates y negociaciones parlamentarias fueron eliminadas. Fueron sustituidas por un procedimiento indirecto en los que los nuevos funcionarios de Estado son designados en concursos donde participa la ciudadanía que, por coincidencia, siempre son cercanos colaboradores al círculo del presidente. Tan cínico artilugio merece parafrasear a Marie-Jeanne Roland, antes de ofrecer su cuello a la guillotina “Oh ciudadanía cuantas barbaridades jurídicas se cometen en tu nombre. …”

Sin embargo, el problema, si es que hubiere solución, no se encuentra por el lado de la razón ni del derecho sino por el político. Para tal propósito es indispensable un acuerdo entre en el parlamento y el ejecutivo, sin alterar el texto constitucional. El primer paso estaría en una renuncia de todos los miembros actuales del Consejo de Participación. Luego, que ambas funciones conformen las comisiones de la ciudadanía y las pongan a consideración del Consejo Nacional Electoral en virtud del artículo 202 de la Constitución. Logrado la reestructuración, por decencia (¿existe todavía?), los actuales titulares de los organismos de control debieran renunciar y producirse su inmediata sustitución. De ser el camino, es indispensable la movilización de un gran frente cívico político que ampare este proceso de restauración democrática. Esta opción pudiera ser la vía para desarmar este “soviet” gigantesco que nació en Montecristi, en una obscura noche con fuerte olor a azufre que ha gozado de la complicidad de la oposición.

Luego de las graves experiencias del Ecuador, se aportan dos elementos básicos a la Ciencia Política respeto a la inmunización de las dictaduras maquilladas de democracia: eliminar la reelección presidencial y garantizar la autonomía los titulares de órganos de control frente al gobierno de turno. Ambas condiciones, de no cumplirse, se asemejan a una botella de vidrio rota expuesta al sol en las laderas en los secos veranos de los Andes.