No es quiteño de verdad quien no haya tomado muchas veces la línea Colón–Camal. Y no es indigenista del siglo XXI quien no pretenda trasladar a don Cristóbal Colón directamente al camal de la historia. Ante eso, uno se pregunta: ¿Fue el almirante un auténtico hdp? Probablemente, medido con los patrones actuales, pero no más que otros descubridores de su época, no se diga que conquistadores tales como Tupac-Yupanqui, Napoleón o Vladimir Putin.
Pero si aquellos que quieren tumbar cada año las estatuas de Isabel de Castilla y Cristóbal Colón leyeran ‘Los perros del Paraíso’ se lo pensarían dos veces. Porque esta delirante, histórica y erótica novela de Abel Posse –que ganó el premio Rómulo Gallegos de 1987– narra la historia oculta del descubrimiento de un nuevo continente, que para Colón era ni más ni menos que el Paraíso Terrenal, el propio, ese del que hablan las Escrituras, el de la vida eterna, pero aquí y ahora, como lo informó en su famosa carta a los reyes católicos, que fuera robada de la Biblioteca de Barcelona y acaba de ser recuperada.
Me dirán que ya no es políticamente correcto escribir así; que esa novela, ahora, no ganaría un premio ni de fundas. Tonterías. Ahora que he vuelto a leerla me ha gustado más que la primera vez; me han deleitado su técnica, su audacia, el juego incesante de la ficción con la realidad histórica, de suerte que el lector se pregunta cada rato si estarían así de alucinados.
Sobretodo, ha crecido la figura de Isabel La Católica, que no era tan católica en el ejercicio de su sexualidad adolescente, volviéndose digna de la histórica copla: “Tanto monta/monta tanto/Isabel cuanto Fernando”. Mujer con el coraje, la crueldad y el eros necesarios para crear un imperio. Tanto así que, página tras página, asistimos a sus desenfrenadas cópulas juveniles con Fernando; a Rodrigo Borja, futuro papa Alejando VI, ungiéndose con en el semen de uno de esos encuentros; al panorgasmo que tiene Colón con ella en la mezquita de Córdoba, donde se vuelven cómplices de la búsqueda del Paraíso.
Luego, en una escala en las islas Canarias, Colón se encerrará tres desaforados días con la cuasi diabólica rival de Isabel, la ardiente y despiadada Beatriz de Bobadilla, que arrojaba a sus amantes desde las torres del castillo.
Según Posse, son los vientos del deseo y el delirio –más que el oro y las especias de los textos escolares– los que inflan las velas de las carabelas. Y el contrapunto trágico lo ponen los nativos, quienes reciben a los barbados como a los dioses de la profecía. Al principio, las adolescentes también se entregan con inocente naturalidad a ellos, pero el mal, la codicia, la explotación y el esclavismo trastornan el Paraíso y el almirante es llevado de vuelta a España, cargado de grillos, tal como hoy quieren enviarlo al camal de la historia.