Algunos amigos, católicos y empresarios, me han dicho: “A ver cuando escribes algo sobre nosotros, sobre cómo compaginar nuestra condición de empresarios y creyentes”. Así que me he puesto manos a la obra. Me sentiría muy feliz de apoyar y ayudar a los hombres de negocios a responder a su vocación y a sus inquietudes. Entiendo que no es fácil compaginar ambas cosas. Pero tampoco es imposible.
Cualquier decisión económica deberá de regirse por dos valores: verdad y justicia. No es posible manejar empresas donde no se cumplan estos valores. A partir de ahí es posible la honestidad. Claro que la tentación de alcanzar los mejores resultados es grande. Cuando tienes que competir para poder sobrevivir surge la tentación de traspasar las líneas rojas de la moral. Pero así pasa en todos los ámbitos de la vida. Además, ganar dinero no lo justifica todo, pues el beneficio es a favor de todos. No puedo mirarlo como beneficio económico sólo para mí. Alrededor de la empresa gira todo un mundo de personas que aportan trabajo, consumo, materias primas y tantas otras cosas, amén de una sociedad en la que el empresario vive inmerso y que no puede ser traicionada con malas prácticas y con peores productos. La responsabilidad social de las empresas, su respeto a la Casa Común, así como a la salud de los clientes es fundamental.
Yo aconsejaría a cualquier empresario que tuviera una mirada a largo plazo. Hay que tener una visión más propositiva de la empresa, empezando por el propio empresario. Y es que los valores morales no compiten en bolsa. Nadie debería de olvidar que el desarrollo de la persona es lo más importante. Es fácil decirlo, pero algo así conlleva cosas tan importantes como el respeto a las leyes laborales, el pago de los beneficios de ley, la higiene y la seguridad en el trabajo, el sueldo justo y el trato digno y humanizador. La falta de estas condiciones de trabajo lleva al deterioro de la vida y de las relaciones sociales. ¿Recuerdan la crisis internacional del 2008? No es exagerado decir que el mundo de la economía se puso de forma descarada al servicio de la especulación cortoplacista que sólo atendía a un dios: el dinero. Es obvio que hay que sostener las empresas, pero por delante del dinero están los valores morales.
El Papa Francisco habla de una “economía de inclusión” en la que el hombre y sus condiciones positivas de vida den estabilidad a la economía. Me duele ver a Mr. Trump paseándose por medio mundo alentando guerras de mercado, buscando simplemente apuntalar los intereses de su país, reduciendo al resto de las personas a chatarra productiva.
Cambiar el modelo empresarial imperante hoy pasa por la formación. Bueno sería que los empresarios católicos leyeran el Manual de Doctrina Social de la Iglesia. Porque los valores también se aprenden, algo tan necesario como lavarse los dientes después de cada comida.
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