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Por Paúl, nadie se cansa. Por Efraín, nadie se cansa. Por Javier, nadie se cansa. Nadie se cansa. Nadie se cansa. Nadie se cansa. Por Paúl, hay esperanza. Por Efraín, hay esperanza. Por Javier, hay esperanza. Hay esperanza. Nadie se cansa. Así seguiremos gritando, en silencio, porque nos quitaron tres, y cuatro, y ahora dos más, en esta partida que no alcanzamos a comprender.
Algo cambió en este país desde el secuestro y el asesinato de Paúl, Javier, Efraín. Algo se rompió. Algo nos robaron. Algo nos mató. Y quedó un dolor profundo. Y mil preguntas que parecen no tener respuesta.
Sabemos que en los míseros pueblos olvidados está el caldo de cultivo para la violencia y que esto no es de ahora: se viene cocinando desde hace mucho tiempo y en muchos rincones descuidados del país. Solo que nos hemos hecho de la vista gorda de tantos muertos que han quedado enterrados en esas fronteras calientes por donde se trafica droga, combustible, precursores. Y ahora culpamos al país vecino de salpicarnos con su problema. Sí. Pero no. También son nuestras propias violencias, las que el “país de paz” no ha querido ver. Sabemos que no es con las armas como se va a resolver este asunto. Sabemos que el enemigo tiene muchas caras e infinidad de tentáculos venenosos y crueles. Pero no sabemos nada. Y, ignorantes como somos, parece que vamos caminando a tientas y que estamos en el filo del precipicio. Sabemos que la guerra a este enemigo que no conocemos solo causa más dolor, pueblos desplazados, falsos positivos, muertos y miedo. Tenemos a Colombia y a México como espejo.
El gobierno está en una enorme encrucijada. Deja ver, por ahora, dos caminos que quiere seguir y ninguno parece muy acertado: si declara la guerra, se instalará la violencia y no serán tres, sino treinta y trescientos y hasta miles porque eso es lo que ocurre cuando se declara la guerra. Si se retira y negocia, los tentáculos de las mafias se apoderarán de todo y de todos.
El camino de la paz es más complejo. Exige inteligencia y paciencia. Exige invertir en esas poblaciones fronterizas, mas no desplazarlas. Exige explicaciones y exige también solidaridades. El camino de la paz lo hacemos todos. Y para eso se necesita una sociedad que esté atenta, que participe, que hable de esto y que no sea indiferente. Y exige una prensa preparada para hablar de la paz y para cubrir la violencia, una prensa que nos cuente las historias que Javier, Paúl y Efraín fueron a buscar y que nos querían contar.
Y por eso marchamos hoy, porque queremos la paz, porque no son tres, ni cuatro, ni ocho: somos todos, somos un país herido que no quiere más secuestrados, ni asesinados, ni desplazados, ni falsos positivos. Que la sangre derramada por los que hoy nos faltan sea el germen de la paz.