Como el perro mordiéndose la cola. Así está el país: que si tocamos fondo, que si nos hundimos como el Titanic de fines de los años noventa, que si estamos quebrados, que si se robaron todo, que si un préstamo para cubrir otro préstamo y luego, como respuesta, que si minería para salir a flote, que si petróleo como garantía, que si ninguna de las dos cosas.
Por un lado, se reclama al gobierno que haga algo al respecto. Pero por otro lado, nadie quiere que se tome medida alguna. El gobierno, paralizado, ha evadido el bulto y ha llamado a diálogos eternos y a acuerdos que más bien son desacuerdos. Ha quemado tiempo, tanto, como ha podido, pero según dicen, ya se acabó hasta el cocolón de la olla y no hay de donde raspar.
Vienen las medidas, viene el paquetazo. Se especula, se llama a las calles antes siquiera de oír la propuesta: que si más impuestos, que si qué va a hacer, que si mejor no haga nada, que si nos han vendido al imperio, que si el neoliberalismo en pleno, que si el pueblo sacrificado.
Los economistas sugerían hace tiempo eliminar los subsidios al combustible y reducir el tamaño de Estado. Pero si se suben los subsidios al combustible y se reduce el tamaño del Estado, también habrá reclamos, la gente saldrá a las calles, todo se pondrá más caro y el desempleo también será mayor.
¿Hay verdaderamente alguna salida posible? ¿O hay que seguir esperando que lluevan dólares? ¿que el barril de petróleo vuelva a precios de lotería? ¿que las minas nos enriquezcan y nos saquen de la pobreza? ¿ninguna de ellas? ¿entonces?
País ingobernable, con gobernantes que piden sacrificios a un pueblo que no está dispuesto a ningún sacrificio porque suficiente sacrificio es ya vivir con el alto costo de la vida, con el desempleo, con los problemas de cada uno. País ingobernable, sin élites capaces de pensar salidas, de proponer vías, de dar soluciones.
Sin empresarios dispuestos a dejar de ganar millones o a pagar más por todo lo que ganan y repartir sus ganancias. Sin sindicatos capaces de pensar no solo en aquellos que tienen la suerte de estar empleados sino en aquellos que llevan años en el desempleo. Sin organizaciones capaces de plantear propuestas claras y de movilizar a sus bases por algo más que un no rotundo.
País ingobernable, sin políticos capaces de jugar una buena partida, buscando dejar a todos contentos, con miras a elecciones y a un nuevo gobierno que tenga que enfrentar, cada cuatro años, exactamente los mismos problemas: que no alcanza, que el gobierno anterior se robó lo que pudo, que hay desempleo, que hay que tomar medidas, que el paquetazo. Y vuelta con lo mismo, hasta el infinito. El perro que se muerde la cola, una y otra vez, hasta el fin de los tiempos.