Sectores del más distinto origen, representantes de organizaciones, dirigentes gremiales, voceros políticos, analistas, ex ministros del estado, opinan sobre lo que sería el proyecto de ley que enviaría el gobierno a la asamblea nacional. Los que sostienen la inconveniencia de aumentos impositivos tienen sus argumentos, los que señalan que más bien deben bajarse los impuestos argumentan lo suyo, aquellos que afirman sobre la necesidad de bajar más el gasto público tienen sus explicaciones, los que promueven eliminar subsidios tienen también sus razones. Otros manifiestan su malestar porque los ajustes del programa económico derivados del despilfarro y el robo de la década anterior sean traspasados a la ciudadanía, que primero deben recuperar la plata que se llevaron. Todos tienen algo o mucho de razón. Sin embargo, el problema está frente a nosotros y el gobierno lo que no puede es cruzarse de brazos. Ya actuó el gobierno esta semana con varias acciones que son favorables y positivas y algunas valientes.
No hacer nada habría significado seguirse endeudando sin importar las condiciones del financiamiento, no tener metas macroeconómicas, gastar todo lo que se pueda, aislarse del mundo. Ese comportamiento llevaría a que la liquidez se vaya agotando, que la economía decrezca más, que el desempleo y el subempleo suban y, finalmente, que se acabe con la propia dolarización.
Lo obvio sería recuperar todo lo robado y que eso reemplace el ajuste. Esa hipótesis suena buen pero no es real, no porque no sea necesario sino porque así se empiece a recuperar lo que se llevaron, tardaría años y décadas y las necesidades son de hoy y todos los días. Por lo tanto, lastimosamente las decisiones económicas tienen que adoptarse para beneficio del país sin importar si existen costos políticos o electorales. La historia sabrá reconocer en el tiempo si las decisiones fueron las correctas así se produzcan reclamos y críticas. Que hay que hacerle gobernable a la función ejecutiva es verdad pero será menos gobernable si la economía se va a pique y el problema le rebote al Gobierno por su inacción o exceso de prudencia. Hay una zona sobre la que hay que actuar sin perder la dirección, la oportunidad y la profundidad de las medidas que se adopten.
Lo mejor es lo menos costoso para la actividad económica y el empleo. Una economía estancada con poca liquidez recibirá mejor un programa económico que no eleve impuestos pero recaude más por una reanimación de la actividad económica. Una reducción del gasto público permitirá ordenar las finanzas lo que redundará en más credibilidad para animar la inversión privada: La eliminación de subsidios ineficientes permitirá dirigir recursos a los sectores que sí necesitan apoyo del estado. Es impostergable una ley laboral moderna que facilite la contratación.