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Una década atrás, apareció una clase especial, entorno permisivo, válido sólo para los miembros de la nueva élite política que brotaba rodeada de privilegios y, aceptaba, sin cuestionarse, las acciones del que manejaba el poder a su antojo. No era para todos y todas, como se repetía, hasta convertirse en una rimbombante verdad de palabra, no de obra. Una realidad delimitada, para quienes abandonaron sus principios por una riqueza material, mientras quedaban en la pobreza espiritual, que hoy, los obliga a defender a muerte su perversa paralela verdad. A su vez, dado el nivel de la misión revolucionaria, se creó también una justicia especial, que, en estos 18 angustiosos días, actuó con desvergüenza, sin importar la desaparición de honestidad y transparencia, frente a los familiares y al pueblo que, también, los reclamará siempre.
La revolución fue revolucionaria, esfumó la justicia ordinaria, convirtiéndola en un privilegio. Todo bajo control, de ahí, la aparición, hoy cancelada, de una institución que acosaba a periodistas, políticos, ciudadanos comunes que se niegan a comulgar con una ideología sin ideas originales más que convertir el ejercicio criminal institucionalizado y multinacional en ordinario, con la protección de un estado permisivo y corruptor que llegaba de a poco de lo más alto a lo más bajo, conformando una gran banda, cartel de guardianes, de su especial situación.
El vacío que deja el equipo periodístico, nos faltará siempre, en su búsqueda de la verdad informativa, que empodera al pueblo y, de muchos más, que no hemos terminado de contabilizar, será una indestructible antorcha de verdad e inspiración. Despertó violentamente al ciudadano común a una situación que desnuda al mandatario, obligándolo a revisar su cercano círculo de ministros. Un trío, que claramente falló, faltó a la autenticidad de los hechos, se dedicó a sus ambiciosas agendas personales antes que al responsable deber ante un pueblo que clama por la verdad. No más confusas declaraciones, a destiempo, frente a una comunicación globalizada y abierta que no sigue las reglas especiales de un cierto grupillo.
Basta ya, dijo el mandatario, en su pedido de crítica para rectificar. Devolvemos la frase a su campo. Basta ya de impunidad, no sólo porque lo debilitan frente a la comunidad, sino, que viven en una realidad paralela, que se aprovecha de una ventajosa justicia especial. Válida, para quienes aún gozan de la permisividad en un país, cuya mayoría, quiere paz. Basta ya de justicia especial creada en una época revolucionaria que sólo nos ha dejado funestas consecuencias. Está en manos del dignatario, el mandante se lo pide, cumpla con el mandato del pueblo, desaparezca la justicia especial y practique la ordinaria, la misma que soporta un ciudadano si acciona fuera de la ley. Las vidas de Efraín, Javier y Paul serán luz eterna. Basta de impunidad para los asesinos y para los politiqueros que secuestraron el país hace más de una década.