De blanco y delgado, nada que ver con la imagen que arrastraba cuando cantó con el ex presidente Correa y recibió un homenaje en Carondelet hace tres años, Miguel Bosé participó el viernes en el concierto en Cúcuta para que el Gobierno venezolano, en pleno resquebrajamiento, deje entrar la ayuda humanitaria.
Ni Bosé fue el único personaje de fama mundial que ayudó a construir la imagen de Correa -que, incluía, penosamente, la faceta de cantante- ni el de febrero de 2016 fue el único homenaje. Si ahí Correa le agradeció a Bosé por haber nacido, en 2008 él y su gabinete le agradecieron por participar en un concierto por la paz después de la crisis diplomática entre Colombia, Ecuador y Venezuela por la devastadora incursión en Angostura.
Sobre Bosé, aparte de que es un talentoso compositor, intérprete y cantante, poco hay que añadir. Es parte de los cientos de artistas que durante sus giras se arriman por los palacios presidenciales en busca de los halagos del poder. Ahora ya sabemos para dónde corren los vientos. Pero hay mucho que decir de los miles de bosés ecuatorianos.
Algunos disfrutaron de las mieles del poder y puede ser que genuinamente se arrepintieran de las tropelías de toda una década, aunque a ellos, por lo visto, más que el baile del Diablo les gustan los dúos con Serrat. Van haciendo su propio camino artístico después de haberse rebelado contra Correa, primero, y contra el poderoso chavismo, después. Podían haber reclamado en Cúcuta un lugar en el escenario, o al menos entre el público.
Pero entre los que no se reciclaron hay al menos dos grupos, uno más peligroso que el otro. Uno está compuesto por aquellos personajes que simplemente se mimetizaron y no aparecen por ningún lado. Silenciosamente disfrutan de sus negocios y se dedican a mantener el perfil bajo para no perderlos. No se subirán por nada del mundo a ningún escenario, pero siempre están listos a salir del clóset si las circunstancias lo ameritan.
El otro grupo es más frentero y, al mismo tiempo, más peligroso. Se quedó a dar la cara detrás de un partido desprestigiado como el del exministro Iván Espinel, no necesariamente para ganar las elecciones seccionales pero sí para mantener presencia política. Sin embargo, su tarea más importante, esa sí silenciosa, es seguir manejando los hilos del poder en entidades importantes del país para espiar, obstruir y defenderse.
Su misión más importante es intentar tomarse el 24 de marzo una entidad clave, como el Consejo de Participación Ciudadana, para incidir en la institucionalidad. No basta que haya muchos votos nulos, pues ellos pondrán de modo disciplinado el suficiente número de sufragios válidos: el verdadero blindaje puede ser la Corte Constitucional. De lo contrario, habrá bastante jolgorio y cantantes, y quizás también inviten a Miguel Bosé…