La crisis migratoria, con toda su carga de provocación, exige más medios y un replanteamiento de las políticas. En el Ecuador y en todo el mundo. Podemos cerrar los ojos y, de paso, las puertas, la conciencia y el corazón, pero sería un suicidio ignorar lo que está pasando, no en Marte, sino delante de nuestros ojos. Cuando no se hacen los deberes a tiempo, luego sólo cabe improvisar. La presión migratoria es un fenómeno constante y las rutas son vasos comunicantes que nos involucran a todos. Mayoritariamente, Ecuador es un país de paso hacia otras latitudes cuyas economías son más fuertes que la nuestra al tiempo que gozan de mayor estabilidad. Pero, vayan a donde vayan, los migrantes y refugiados están movidos por una misma razón: huir de la pobreza, de la inseguridad y de la angustia de ver a sus hijos como potenciales ciudadanos de la nada. El crimen se convierte en drama cuando es tu propio país y son tus gobernantes quienes, de hecho, te expulsan de tu casa y de tu tierra.
Las masivas llegadas de venezolanos (aunque no sólo de venezolanos) han desbordado por completo nuestros precarios sistemas de acogida. Lo preocupante no es sólo el número de personas, sino la falta de dispositivos para gestionar la acogida y su posterior derivación. La tentación, ante el execrable hecho ocurrido en Ibarra, es cerrar puertas, poner dificultades y exigir a todos el record policial. Un record venezolano que nunca podrán tener, porque no hay especies, porque tardaría ocho meses y no hay voluntad de darlo.
No sé lo que pasará en Venezuela ni cuándo. De hecho, la actual situación de quiebra institucional y de aislamiento parece insostenible. Espero con impaciencia el día en que Maduro caiga y con él un sistema perverso de gobierno que mata de hambre y ningunea a su pueblo. Quizá la última presión, la de la ayuda humanitaria retenida en las fronteras, pueda ser una provocación definitiva para el régimen chavista. Pero, por nuestra parte, lo que ahora hay que garantizar es la ayuda humanitaria. El Papa Francisco nos lo repite por activa y por pasiva: acoger, ayudar, acompañar e integrar. Hoy por ti y mañana por mí. No se olviden que también nosotros hemos sido (y lo seguimos siendo, dado el creciente desempleo) un constante país de migrantes.
Hay que desterrar la xenofobia, la cultura del descarte y del rechazo, el miedo al diferente. Hay que promover espacios de acogida y de fraternidad. Hay que saber ejercer la compasión. Hay que compartir lo que se tiene. Y hay que recordarles a nuestras autoridades que las cosas se pueden hacer de muchas maneras, sobre todo con profunda solidaridad, demostrando así que existe una forma de gestionar el problema radicalmente distinta a como lo hace Mr. Trump. Lo peor de los muros no es que impidas el paso, sino que te quedes encerrado dentro.