El populismo es el cianuro de la democracia. Desmantela las instituciones y el imperio de la ley, todo al servicio de ambiciones de poder. Repitamos todos como si fueran letanías, “si lo sabremos nosotros, si lo sabremos nosotros…” ¿En nuestras últimas décadas habrá algún mal nacional que no pueda reconducirse a nuestro gusto por el populismo (y su derivado, la blandura con la corrupción)? Algo estamos intentando despegarnos del punto bajo histórico que se llegó con Correa, pero no parece que nos descontaminamos del todo. Por ejemplo, Luis Verdesoto y Enrique Pita hicieron sendas denuncias de posibles fraudes/irregularidades en las últimas elecciones en ciertas provincias. También se presentaron irregularidades en los totales de electores en las actas a nivel nacional. Pero como si nada hubiera pasado. ¿No son escándalos prioritarios? ¿Nada que merezca atención de las instituciones? Podríamos pensar que la más vieja democracia estaría a salvo. Para nada. El populismo la está devastando.
Los populistas – por definición – se agarran de emociones brutas del electorado y las explotan. En unos países es el odio contra los migrantes, en otros nos han victimizado (por los imperialistas, por la partidocracia, por los pelucones, ¡ohhh, miserables y sometidas víctimas que hemos sido!), en la isla inglesa fue la relación de amor-odio hacia el continente. Durante años los populistas fueron pontificando sobre mentiras gordas. La UE quiere cambiar el nombre del snack “Bombay Mix” a “Mumbai Mix” para hacerlo más políticamente correcto. La UE quiere regular los condones para que solo haya una talla. La UE es culpable de la inmigración de los árabes (R.U. no era parte del Tratado Schengen, se reservó la admisión de personas no europeas). “Mandamos a la UE 350 millones de libras por semana…”, fue el mensaje que el actual Primer Ministro, Boris Johnson, puso en un bus en Londres (cifra monstruosamente falsa).
Terminaron ganando. Pero no pensaron en los impactos económicos del Brexit, en las catastróficas consecuencias para Irlanda del Norte y en la posible independencia de Escocia. La salida de Europa es tan tóxica que ya se tomó la cabeza de dos primeros ministros – Cameron y May – entonces entró el populista Johnson. El menos técnico, menos riguroso y más alharaquiento, tiene que lograr aquello que sus antecesores no pudieron. Cueste lo que cueste, no importa lo calamitoso. Y como el Parlamento no estaba dispuesto a todo, pues lo disolvió; así de tercermundista.
La Corte Suprema acaba de señalar que no se puede disolver un Parlamento como medida para evitar la supervisión. Unos piden que se respete la voluntad se salir de Europa, otros quieren un nuevo referéndum, y el tiempo corre (el 31 de octubre se sale de la UE); hasta eso, el país está en una guerra civil política.