Donald Trump es un hombre lleno de ira, que estalla cuando se le contradice, que no domina esta pasión, como no domina otras, que gobierna según sus humores del día, que considera que su habilidad para acumular dinero lleva implícita la fórmula del buen gobierno. “Convierte en oro todo cuanto toca, como el rey Midas”, se suele decir de él, pero nunca ese oro se ha visto purificado por la ética. Un esclavo de sus vitriólicos excesos.
Furioso por la publicación de una carta en la que uno de sus más cercanos colaboradores revela lo que todos presumían, y lo tilda de ignorante, carente de inteligencia, mentiroso y manipulador, ordenó que se investigue hasta descubrir al autor del libelo. La carta permite vislumbrar el proceso de descomposición en que se encuentra la democracia norteamericana tal como Trump la practica: altos colaboradores de la Casa Blanca juzgaron –sin tener competencia para ello- que algunas decisiones presidenciales no responden al interés público, y le ocultaron los documentos sometidos a su firma. “Así no debe funcionar la democracia norteamericana” sentenció el ex presidente Obama en una magnífica conferencia que Trump dijo no haber escuchado porque ¡sus primeras palabras le pusieron a dormir!
Dominado por la ira, Trump ha resuelto militarizar la frontera con México para evitar el paso de olas de migrantes, latinos en su mayoría, que van en ingenua búsqueda del “sueño americano”. Más aún, acaba de anunciar que modificará la Constitución -¡mediante un decreto ejecutivo!- a fin de evitar que los niños nacidos en territorio norteamericano, hijos de migrantes, adquieran ipso facto la nacionalidad estadounidense. Falseando a la verdad jurídica, ha dicho que el único país que aplica el principio conocido como jus soli para el otorgamiento de la nacionalidad es la Unión Norteamericana.
El Ecuador estuvo, durante diez años, gobernado bajo los impulsos de la prepotencia, la vanidad y la ira. Entonces, el pueblo ya no se asombraba al ver el desencajado rostro presidencial, espejo de Las Furias pintadas por da Vinci, cotidianamente empeñado en denigrar a la oposición, alegremente condenando al ostracismo, alentando odios y cultivando resentimientos, anticipándose a Posorja.
Séneca, el gran filósofo estoico escribió un tratado sobre la ira, “esta pasión sombría y rabiosa…que es toda arrebato y saña desaforada…que sobre el hierro mismo se arroja (30 de septiembre), en su deseo ciego de una venganza…, breve locura porque, como esta, no tiene señorío de si misma, arrumba todo decoro, prescinde de todo deber social, obstinada y pertinaz en sus empeños, se cierra a toda razón y consejo”.
Ojalá la ira que diez años asoló al Ecuador y parece ahora estar instalada en Washington, no amplíe sus aposentos hacia Brasilia.