La voz tierna y lacrimosa de una niña sueca que, con claridad de diamante, ha increpado a los grandes del mundo acusándoles de no hacer nada concreto para evitar la extinción de la vida en el planeta, ha puesto a reflexionar a grandes y pequeños.
¿Cómo se atreven -les ha dicho- a destruir mis universales sueños tomando decisiones que solo buscan multiplicar el dinero, no para calmar las apremiantes necesidades de las mayorías, sino para seguir enriqueciendo a los poderosos, llevando así al planeta hacia su extinción final?
La Asamblea General de la ONU, momentáneamente sin palabras, ha reaccionado con emocionados aplausos y felicitaciones. Se han efectuado reuniones para examinar el problema por enésima vez, en las que todos han proclamado su voluntad de poner en marcha un mecanismo para identificar medidas “pragmáticas” y suficientemente financiadas para afrontar la crisis. Suscrita una nueva declaración, se han felicitado por haber pasado “de los discursos a la acción”. Nada habrá cambiado.
Washington se niega a actuar solidariamente pues defiende la visión “patriótica” que proclama la prevalencia de sus intereses nacionales. Beijing está empeñado en convertirse en la primera economía mundial, pero sus habitantes deben respirar con mascarilla. Brasil enfoca el problema desde el punto de vista de la soberanía sobre sus tierras. La mayoría de medianos y pequeños han hecho bulla e insistido en que, por participar de la común y única morada, todos dependen de todos. Su retórica ha llenado de lágrimas los ojos de los ingenuos.
Mientras, los glaciares del Ártico retroceden, las nieves del Cotopaxi son cada vez menos visibles, los veranos se vuelven infernales, inusuales inundaciones arrasan ciudades en todos los continentes y se alternan con inclementes sequías para completar la destrucción de sus campos, huracanes feroces matan a miles en Jamaica, voraces incendios consumen bosques y selvas, el mar amenaza con devorar pequeños estados-islas.
Los grandes quieren actuar solos y reniegan de los compromisos asumidos para proteger al medio ambiente. Se declaran prestos a cooperar mientras sus fábricas siguen contaminando sin control. Con el aumento de sus ingresos financieros emprenden investigaciones sobre nuevas armas de destrucción masiva, para salvar a la humanidad.
¿Cómo se atreven? vuelve a resonar el grito de protesta en el salón más grande de la ONU. Y retumban los aplausos. ¡Horror! La tierra está podrida: alguien -¿con qué infame propósito?- ha “explicado” que la valiente niña padece del síndrome de autismo Asperger!
A este paso -lo anticipó Hawking- ya podrá la inteligencia artificial argumentar que la raza humana no está preparada para administrar responsablemente el futuro del planeta y resolverá eliminarla y tomar su puesto.