Histórica tregua de Navidad

Decenas de miles de soldados se enfrentaban allí en una guerra de trincheras sin vencedor a la vista. De un lado había militares ingleses y franceses; del otro, alemanes, austríacos y húngaros. Transcurrían los primeros meses de una conflagración que iba a durar cuatro años y cuyo balance de millones de víctimas superaría todo lo visto hasta entonces.

El 24 de diciembre de 1914, las tropas de ambos bandos, exhaustas, transidas de frío, acosadas por un viento helado y una densa nevada, enterraban a sus muertos y curaban a sus heridos. Se acercaba una Nochebuena que para aquellos hombres prometía ser la peor de sus vidas cuando las tropas alemanas empezaron a decorar sus trincheras con motivos navideños y, sorpresivamente, a cantar villancicos, entre ellos el célebre “Noche de paz”. Tras un instante de perplejidad la respuesta de la trinchera opuesta no se hizo esperar: británicos y galos se unieron al coro de villancicos y empezaron a abandonar sus posiciones.

Y así ocurrió el milagro: soldados de las dos partes abandonaron sus refugios con botellas de licor y paquetes de comida bajo el brazo para saltar al medio del campo y compartirlos con sus enemigos. Hubo abrazos, fotografías, intercambio de cigarrillos, y finalmente se organizó un partido de fútbol, previa limpieza del terreno de cascotes de bala y morteros.

Los arcos se improvisaron con montañas de cascos militares y un escocés vistiendo la clásica falda de colores aportó la pelota ante los gritos de alegría de los presentes. El partido se jugó, ganaron los alemanes por un gol de diferencia sin que hubiera que lamentar un solo incidente entre jugadores a pesar de que no había árbitro.

En tanto, grupos de soldados británicos y alemanes aprovecharon la inesperada tregua para enterrar a sus muertos en ceremonias conjuntas en donde se leyeron salmos (en particular el que comienza con “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”, que todos conocían) y se entonaron con fervor las canciones religiosas. La artillería, que en días anteriores no había parado de sonar, permaneció silenciosa durante todo el día de Nochebuena.

Ese ambiente de calma matizado con repetidos gestos de confraternidad inesperada se mantuvo hasta el día siguiente, una Navidad que resultó inolvidable para muchos de los participantes de la tregua.

Terminada la Gran Guerra, el acontecimiento fue largamente evocado por los combatientes que aquel día hicieron las armas a un lado para honrar la paz. Un oficial británico escribió años después que “pagaría todo el oro del mundo por repetir aquella tregua navideña y aquel inolvidable partido de fútbol”.

Es que lo que no consiguieron los principales líderes políticos de aquella época, y ni siquiera el mismísimo papa Benedicto XV con sus llamados al cese al fuego, un grupo de soldados hartos ya de matarse entre sí lo lograron por su cuenta demostrando el sin sentido de la confrontación armada entre pueblos vecinos y hermanos.

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