Feria del libro en media crisis

La undécima Feria del Libro y la Lectura (pleonasmo innecesario), se desarrolla en Quito hasta el domingo, en el mejor local que ha tenido, el nuevo Centro de Convenciones Metropolitano (cuyo inmenso parqueo no dio abasto el fin de semana), con extensa agenda cultural, 12 invitados extranjeros y la presencia, fugaz y rara del novelista japonés Haruki Murakami, quien no estuvo en la feria sino en el teatro nacional de la CCE y a quien no se le hizo participar en una firma de libros, como con los invitados centrales en todas las ferias de libros del planeta.

Igual que todos los años, el problema de la undécima feria de Quito es su desorganización. Los libreros la comparan con la feria del libro de Guayaquil, cuyo municipio tiene, desde hace cuatro años, un comité dedicado a planificar contenidos e invitados y hacer contacto con las embajadas con suficiente previsión, y que es comercializada por una firma privada, con costos y ubicaciones ofrecidos así mismo con meses de anticipación. Como es lógico, la gran parte de esa feria guayaquileña, la ocupan las editoriales y librerías de Quito, por lo que es paradójico que en su propia ciudad la feria esté tan desorganizada. El ministerio de Cultura hace agua. Esta vez ni siquiera pudo asegurarse de tener un país invitado (iba a ser México pero los contactos tardíos llevaron a que ese país declinara el honor). Y hay quejas de que los invitados, tanto escritores como libreros, que sí han venido ni siquiera tienen quién los reciba en el aeropuerto, ni se les proporciona transporte y ayuda logística.

Los libreros de librerías grandes tienen la estructura, el personal y la logística para estar presentes, y realizar ventas, en especial desde hoy hasta el domingo, con descuentos y promociones.
Para las librerías más pequeñas, la feria no resulta. Como me dice Mónica Varea, las ventas que hacía no compensaban sus gastos y tensiones, por lo que dejó de participar desde la edición anterior. Sin embargo, hay otro modelo: la asociación de editoriales independientes participa con caja común y turnos que se respetan, pues a ellos, más que las ventas, según me dice César Salazar, de El Fakir, les interesa la promoción.

Todo esto se da en medio de la más profunda crisis del libro, que se inició en 2015. Si toda la economía del país sufre desde entonces, imagínese lo que pasa con el libro, ese objeto tan extraño para la mayoría de hogares del Ecuador. Luis Mora, de la Corporación Editora Nacional, me dice que entre 2011 y este año se ha cerrado el 50 por ciento de las librerías en el Ecuador. La situación es particularmente difícil para las editoriales de ciencias sociales, lo que hace más notable la supervivencia de la CEN y la sorprendente y bienvenida inauguración el mes pasado de la nueva librería de Abya Yala y la UPS, en que se empeñó Milagros Aguirre.

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