Debe provocar mucha frustración para quien tuvo todo el poder, quien logró que su voluntad se convierta en norma, su interpretación de reglas en obligatoria y sus opiniones en sentencias, acabar acorralado por las reglas que hizo aprobar.
El mundo de la burocracia, inflado por el personaje de marras, creaba condiciones difíciles de cumplir para sus opositores, en algunos casos mediante reformas legales, en otros, prevalidos por la facultad reglamentaria; se establecían requerimientos absurdos con un fin político y algunas exigencias meramente administrativas, formalmente válidas, eran aprobadas en función de las necesidades del partido.
Año 2012, el CNE, presidido por un cercano al partido gobernante (luego se afilió), aprobó el reglamento de “democracia interna de las organizaciones políticas”; allí se estableció que, una vez proclamadas las candidaturas por las organizaciones, los candidatos debían aceptar su nominación ante un funcionario del CNE, en un “acto público, expreso, indelegable y personalísimo”. Un texto que cierra cualquier forma de mandato, poder o presencia virtual para realizarlo, una regla pensada, en su momento, para bloquear la candidatura de Bucaram. Pasó el tiempo y ahora, quien trató de aceptar la nominación por vía telemática y con un mandato, olvidó que en su momento sostuvo: “La candidatura de Abdalá es un show político, él tiene orden de prisión, … le quieren inscribir, pero él sabe que va a ser descalificado, tiene que estar presente para formalizar su inscripción”. Los antiguos defensores de la regla nunca la consideraron inconstitucional; la defendieron. Hoy realizan interpretaciones ilógicas: afirmar que “indelegable” solo se refiere a poderes institucionales o que personalísimo es igual a presencia telemática; usan el discurso de los derechos para tratar de sortear un requisito aplicado de forma consistente. Un abuso del pasado no justifica un abuso presente, pero esa formalidad absurda, hecha a medida, está vigente.
Pero Rafael Correa no puede ser candidato a la Vicepresidencia, no solo por incumplir con el requisito señalado o por una sentencia en su contra; la verdadera limitación es que el candidato a la Vicepresidencia está sujeto a las mismas restricciones que para la candidatura a la Presidencia. La lógica es simple, al haber sido reelegido en dos ocasiones no podría ejercer por una tercera ocasión. El único rol concreto del vicepresidente es reemplazar al presidente; sostener que las restricciones no se aplican a su candidatura es parecido a decir que un letrero en un bar que diga “Prohibido entrar con armas” debe interpretarse de forma tal que, si alguien entra desarmado y luego consigue armas dentro, puede permanecer con estas porque la prohibición únicamente era para el ingreso, cuando el sentido de la restricción es obvia, como sucede con los requisitos electorales. Sostener que Correa puede ser candidato a la vicepresidencia es una burla al derecho, a la inteligencia y a la democracia.