La caída de Alepo bajo fuerzas leales al presidente sirio Bashar al-Assad no es ni el fin del principio ni el principio del fin de la guerra civil siria, que ya lleva cinco años y medio, y que es un conflicto por intermediarios, regional y hasta cierto punto global. La siguiente gran batalla se peleará en la provincia de Idlib; la única pregunta es cuándo. Y después de eso, la guerra continuará asolando varias partes de lo que seguirá siendo un país dividido.
Aun así, es buen momento para detenernos a reflexionar sobre lo sucedido, aunque sólo sea por las enseñanzas que nos deja. Pocas cosas en la historia son inevitables, y lo acontecido en Siria es el resultado de las acciones, o inacciones, de diversos gobiernos, grupos de personas e individuos.
El ejemplo más notorio es el incumplimiento de EE.UU. de la amenaza de castigar al gobierno de Assad por haber usado armas químicas contra la población. Con esa inacción se perdió una oportunidad no sólo de alterar la inercia del conflicto, sino de reforzar el principio de que todo gobierno que use armas de destrucción masiva lo lamentará.
Mucho han escrito los estudiosos de las relaciones internacionales sobre los presuntos límites de la utilidad de la fuerza militar; pero Siria es la prueba de que esta puede ser decisiva, especialmente cuando se aplica en dosis masivas y sin hacer caso de la cantidad de civiles que resulten muertos o desplazados. Rusia, Irán y el gobierno de Assad demostraron lo que puede conseguirse con el uso masivo del poder militar.
Otra víctima del conflicto sirio es el término “comunidad internacional”. En efecto, reveló la ausencia de una comunidad global de pensamiento o acción. Y los 500 000 muertos y diez millones de desplazados en Siria también dejan en entredicho la tan proclamada doctrina de “responsabilidad de proteger”.
Esta doctrina, aprobada por la ONU en 2005, se basa en la idea de que los gobiernos están obligados a proteger la integridad física de sus ciudadanos; y que si no tienen capacidad o voluntad de hacerlo, otros gobiernos están obligados a intervenir. Si hay un gobierno que no cumplió esta norma, ha sido el de Siria. Pero la intervención internacional que se dio luego no tuvo por objetivo proteger vidas inocentes o debilitar el poder del gobierno, sino asegurar su continuidad. Y lo logró.
La respuesta de la comunidad internacional fue apenas un poco mejor. El hecho de que muchos países se hayan negado a abrir sus fronteras al ingreso de cantidades significativas de solicitantes de asilo es evidencia de que la mejor política de refugiados es aquella que busca evitar que hombres, mujeres y niños inocentes se conviertan en refugiados.
Los esfuerzos diplomáticos no pudieron salvar a Alepo y a sus habitantes, y tampoco es probable que logren poner fin a la guerra.
Proyect Syndicate