Me refiero a las empresas públicas. Sabemos para qué las queremos. El Ecuador requiere de servicios básicos complejos: suministro de combustible, luz eléctrica, telecomunicaciones. País pequeño, no puede depender de empresas globalizadas que priorizan sus metas corporativas por sobre las nacionales. En cambio, las empresa estatales tienen como objetivo servir al país siguiendo los lineamientos del plan de desarrollo, capacitan personal nacional y radican tecnología. Es un concepto casi imposible de rebatir.
Pero veamos los resultados en la práctica. CNEL: después de una gigantesca inversión en centrales hidroeléctricas, varias adolecen de fallas estructurales y generan muy por debajo de su supuesta capacidad. Las termoeléctricas deberían complementar a las hidroeléctricas, pero no se las ha mantenido. Importamos electricidad de Colombia. CNEL y Petroecuador no se coordinan, no hay conexión entre líneas de trasmisión y campos petroleros, que se paran por falta de energía.
Petroecuador invirtió unos USD5 mil millones en tres plantas: una refinería en el Aromo, que nunca se montó y sus terrenos sirven de pista para narcoavionetas; la reingeniería de la Refinería de Esmeraldas, que no mejoró ni en cantidad ni calidad de combustibles, que hay que importar; y la terminal de gas en Monteverde, descomunalmente sobredimensionada y subutilizada.
CNT da tan un pobre servicio. Los usuarios abandonan la telefonía fija y no logra arrebatarles mercado de telefonía móvil a las dos operadoras privadas. Ni CNEL, Petroecuador y CNT tienen balances auditados.
Con estos resultados, ¿Somos más soberanos con empresas públicas que no brindan los servicios como corresponde, o con empresas privadas que nos sirvan con luz, combustibles y telecomunicaciones de punta?
Hay que ser más pragmáticos. Deng, el artífice del despegue chino, dijo célebremente que no importa el color del gato con tal que cace ratones. A nosotros no nos interesa que el gato cace ratones, con tal que sea público.