Hace cuatro años, una mujer que recogía hierba en los bosques de Guápulo descubrió los restos de un cuerpo humano en descomposición al que le faltaban la cabeza y las extremidades. Los pobladores del sector alertaron a la policía. Era un hombre joven al que resultaba difícil identificar. Sin embargo, gracias a un proceso de humectación y expansión de su piel, se encontró un tatuaje que permitió reconocerlo. Los familiares de la víctima ya no tenían dudas, se trataba de Samuel Chambers.
Samuel era un muchacho singular, un ermitaño de buen corazón que recogía animales abandonados y que hacía activismo GLBTI en la ciudad de Quito. Sus aficiones eran el arte y la lectura, y en sus planes estaba estudiar agronomía. Vivía modestamente, sin servicios básicos, en una estrecha cabaña enclavada en aquel bosque en el que descubrieron su cadáver. Su única compañía en el lugar que Samuel habitaba eran sus perros y sus gatos, unos quince animales que lo acompañaron en sus últimos años de su vida y que, tras su desaparición, escaparon o huyeron, salvo uno de sus perros que permaneció en el lugar, esperando a que volviera, hasta morir de inanición.
Unos días antes del hallazgo de su cuerpo, los padres de Samuel, que vivían separados en Estados Unidos y Argentina, se mostraban preocupados por su prolongada ausencia. Aunque él no tenía teléfono celular, se comunicaba frecuentemente con ellos, pero tras un mes de silencio, empezaron a imaginar que había sucedido algo inusual con su hijo. Nunca imaginaron el horror que les tocaría vivir desde entonces.
La autopsia arrojó la conclusión de que se trataba de una “muerte indeterminada”, pero más tarde se comprobó de modo fehaciente que Samuel fue asesinado. Lo que no se ha logrado determinar en estos cuatro años es si su muerte se produjo en el mismo lugar en que se descubrieron sus restos o si lo mataron en otro sitio y arrastraron su cuerpo hasta aquel bosque. Tampoco se ha identificado aún al autor o autores de este crimen, pero se sabe que entre sus victimarios (es probable que hayan sido varias personas), había alguien que sabía hacer cortes en un cuerpo humano con un instrumento quirúrgico de gran precisión o con un arma pesada y bien afilada.
Hasta ahora se han abierto cuatro líneas de investigación que llevarían a descubrir a los asesinos de Samuel. Se ha descubierto que este joven recibió amenazas por su activismo o quizás por su forma de ser, por haber sido considerado un ser extraño, alguien diferente a lo que la sociedad acostumbra o comprende, pero quienes conocieron a Samuel coinciden en que fue una persona generosa, amable y luminosa.
Por ahora sabemos que las investigaciones se han estancado, pero gracias a la tenacidad y trabajo de los abogados y estudiantes de las clínicas jurídicas de la Universidad San Francisco de Quito la causa se mantiene abierta y a la expectativa de que se descubra a los responsables. Samuel, sus familiares y la misma sociedad merecen saber la verdad.