Algunos tratadistas de las ciencias sociales y políticas consideran que, en la historia de al menos los últimos cien años, se observa cierta propensión a otorgar a las ideologías características propias del ámbito “religioso”. Si – como lo sostiene Marx – la religión es el opio de los pueblos, cabe aseverar que para los representantes fanáticos de los dos polos del espectro político (extremas izquierda y derecha), la ideología es un narcótico que obnubila la razón.
En una y otra se aprecia “obcecación” fruto de dogmatismo… que impide mirar a los fenómenos sociales en su real dimensión. Al así proceder, nos abstraemos de la “duda” que es la reflexión profunda a través de la cual cuestionamos en lógica y ética nuestros pensamientos.
El hombre vulgar, mediocre, carente de intelecto crítico, se autoconvence de que “pensar es peligroso” y por ende adopta la actitud facilista de negar lo evidente. La “ritualización” religiosa en el plano ideológico se manifiesta por medio de introspección mental.
No nos referimos a la secularización del Estado, en la que todavía existe mucho camino por recorrer, pero a la necesidad de despojar a las ideologías de aquello que implique idolatría. Las ideologías, según E. Morin, están convocadas a producir “una coagulación de cargas de verdad cognitiva y verdad ética (valores)… procuran una satisfacción psico-antropológica: la posesión de una verdad”. Se da, pues, un núcleo axiomático de valores y concepciones del mundo.
El – conveniente y oportuno – fin del comunismo como “ideología” para la realización social en modo alguno significa, ni puede significar, abogar por un capitalismo irreverente. La satírica frase de Dostoievski en boca de I. Karamazov en el sentido de que “Si Dios [ya] no existe todo está permitido” tiene sociopolíticamente una connotación por demás relevante. Y es que ese nuevo “dios” reverenciado por la extrema derecha jamás puede ser asumido como un “laissez-passer” cualquiera. Por el contrario, obliga a bregar por un capitalismo humano integral.