Desde cuando la pandemia dejó ver sus aterradores poderes, mucho se ha escrito sobre los cambios que experimentará la forma de vida después de la peste. Representantes del pensamiento filosófico, científico, tecnológico y político han reflexionado al respecto y concluyen, casi unánimemente, que los usos y costumbres que orientaban la vida individual y colectiva antes del virus ya no serán los mismos. Habrá cambios sustantivos que no dependerán de la voluntad humana, pero que exigirán su adhesión para fructificar positivamente.
La escritora polaca Olga Tocarczuk, premio Nobel de literatura del año 2018, se ha referido al tema en un artículo tan profundo en ideas como hermoso en la expresión literaria. “Para mí -dice- desde hace algún tiempo el mundo vivía en los excesos, excesos de cosas, de velocidades, de ruidos.” Por tal razón, el aislamiento obligado le causó “más alivio que inquietud”. Anota que la vida ha seguido su curso, pero a un ritmo diferente, reavivando los recuerdos de su infancia y llenándole de sensaciones esenciales. ¿No será este el verdadero ritmo normal? -se pregunta- puesto que ha podido hacer cosas que necesitaba hacer, casi todas al interior de su casa, y ha retomado conciencia de los “hilos invisibles e indestructibles que nos unen a todos, los hilos de la fragilidad, la vulnerabilidad y la muerte”.
Sugiere que todos estamos volviendo la mirada hacia el interior de las cosas y de nosotros mismos, con lo que la pregunta sustantiva emerge puntualmente: ¿para qué vivimos y qué buscamos en la vida? La lucha contra el virus ha destapado también egoísmos individuales y colectivos: los estados cerrando sus fronteras, las ciudades adoptando medidas no coordinadas. La fragilidad de las instituciones -de lo que no está exenta ni la Unión Europea- y la interdependencia entre naciones y sociedades, familias y personas se han puesto en evidencia. Se han hecho visibles los más pobres y menesterosos y ha surgido un sentimiento de solidaridad e impotencia al mismo tiempo.
Creímos ser los señores de la creación y el virus nos ha deparado una amarga sorpresa. Nuevos tiempos están llegando. Los principios de civilización que nos orientaron por más de dos siglos están seriamente cuestionados. Es hora de recordar las dos máximas escritas en el pórtico del templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo” y “ nada en exceso”, para aceptar y orientar las transformaciones impuestas por la naturaleza, cansada de ser utilizada arbitrariamente. Volver a integrarse dignamente en la armonía universal: he allí la meta que, en inteligente uso de su libertad, la humanidad está obligada a fijarse.
Olga Tokarczuk se pregunta, finalmente, si el ritmo de vida impuesto por el virus no será el verdaderamente “normal” y no el del mundo febril que antes existía.