El mundo en que vivimos atraviesa una fase histórica convulsionada, que nos impone la cruda realidad, en abierta contradicción con las aspiraciones y esperanzas de la mayoría de la humanidad. El mayor conflicto nace de nuestras aspiraciones de equidad, libertad, bienestar y democracia, que se nos escapan de las manos por las acciones de los actores nacionales y transnacionales que atentan contra esos fundamentos.
En estos momentos asistimos a serios cuestionamientos a la democracia que tanto anhelamos por su incapacidad de satisfacer las aspiraciones de las grandes mayorías, eliminar la inequidad, la pobreza y el hambre. Los actores nacionales generalmente están en perpetua disputa e impiden alcanzar estos objetivos.
Lo que también acontece es que los estados han declinado en sus capacidades reales del ejercicio del poder público otorgado por sus mandantes en las urnas, ya que predominan otros grupos de poder real que rivalizan con los estados nacionales y los organismos multilaterales.
Basta ver el ejemplo del narcotráfico que azota al Ecuador, por el hecho de estar incrustado geográficamente entre los mayores productores de cocaína del mundo. Esto ha trastrocado a toda la nación y ha convertido a nuestra “Isla de Paz” en escenario de masacres, crímenes por sicariato y deterioro de la paz social. Tanto así, que el Gobierno ha decretado un estado de excepción por el narcotráfico, convirtiendo al Ecuador en noticia internacional y poniendo los pelos de punta a los activistas de derechos humanos, a los mecanismos de protección de la OEA y la ONU, pero, sobre todo, advirtiendo al mundo que esta poderosa fuerza tiene sus garras incrustadas en la misma vida de la nación. Es un ejemplo de la transnacionalización de la delincuencia que requiere acciones coordinadas internacionalmente.
Otro importante grupo de poder real mundial son las empresas transnacionales. El 80% del comercio mundial tiene lugar en las “cadenas de valor” vinculadas a dichas empresas, lo que las hace más influyentes que muchos de los 193 estados miembros de la ONU. Pueden ser indudablemente un gran promotor del desarrollo, pero siempre que actúen bajo las normas del derecho internacional y el respeto a los derechos humanos.
Hoy se suman a esta tendencia las empresas privadas de tecnologías de información y comunicación que son verdaderos imperios internacionales, ya que pueden influenciar y generar tendencias seguidas por miles de millones de seres humanos que usan sus servicios en todo el mundo.
No debemos y no podemos dejar de insistir que los miembros de la ONU deben regular las actividades y coordinar los esfuerzos internacionales para luchar contra la violación del derecho internacional, como base de un mundo que quiere y busca la justicia y la paz. Tenemos que recordar que la paz es un bien que se aprecia solamente cuando se la pierde.