Monseñor Julio Parrilla

Zachor

Es una palabra hebrea que significa “recuerda”. Los judíos la han escrito sobre el monumento al Memorial de la Soah en Bratislava. De allí salieron decenas de miles de personas camino del matadero. El pueblo judío quiere mantener viva su memoria:, la de su sufrimiento y el nombre del Dios de nuestros padres deshonrado por la locura del odio durante el régimen nazi cuando las tinieblas envolvieron al mundo. Cuantos opresores han declarado: “Dios está con nosotros”, cuando eran ellos los que no estaban con Dios. Cierto es que siempre habrá víctimas y verdugos mientras la historia del vecino no sea nuestra historia y sus dolores no sean nuestros dolores.

La memoria no puede dejar lugar al olvido, porque no habrá un amanecer de fraternidad y de justicia si antes no se disipan las oscuridades de nuestro egoísmo y, con ellas, esta amnesia que consiente que se repitan ideologías, regímenes y guerras sostenidos por palabras que nunca se cumplen. La pregunta del profeta resuena también para nosotros: “Centinela, ¿cuánto queda de la noche?” (Is. 21,11). Atentos vivamos. Porque tampoco hoy faltan ídolos falsos que deshonran el nombre de Dios y el nombre del hombre: los ídolos del poder y del dinero que se imponen sobre la dignidad de las personas.

Nuestro pueblo no puede olvidar el mal reparto de la riqueza, la falta de oportunidades, la inequidad, la pobreza lacerante que acompaña a nuestros pueblos, el maltrato de la casa común, la falta de servicios y de derechos, los populismos de derecha y de izquierda.

Y, sin embargo, nuestra historia es también un lugar donde brilla la luz de la esperanza. Tengo una imagen grabada en el corazón que me acompaña desde que pasé por Lojay allí viví años hermosos de mi vida. Fue en el monte santo del Cisne, al atardecer: una mujer anciana, menuda, encorvada y arrugada como uva pasa, envuelta en su mantón, con los pies descalzos, su candela entre las manos y una fe inquebrantable. Esa pequeña luz puede iluminar al mundo.

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