Cuando hay tantas cosas en peligro de extinción a causa del maldito virus, ¿tiene sentido preguntarse por el destino del libro impreso? Pues sí: Vargas Llosa ya decía que si un día se escribe solo para la pantalla habrá una banalización de la literatura que le hará perder esa fuerza crítica que protege a las sociedades de la manipulación. Para el Nobel peruano, hasta el soporte de papel es parte del contenido y yo, que me he pasado la vida escribiendo y editando libros, no puedo estar más de acuerdo.
Por eso respondí que no cuando alguien sugirió que volviera digital el libro sobre Ayala Lasso que estaba listo y no podía imprimirse debido a la cuarentena. Pensé que una de las maneras de enfrentar al virus era respaldando nuestra cultura, en la que los libros han desempeñado un papel (nunca mejor dicho) esencial.
Sin embargo, vivimos la era del vértigo. El mismísimo Jeff Bezos, el hombre más rico del planeta, empezó vendiendo libros de papel por Amazon hace 25 años. Parece absurdo que en tan corto tiempo el mundo haya cambiado tanto que mucha gente se pregunte si el libro impreso está condenado a muerte, tal como lo estaría la prensa. Aunque si consideramos que de por medio estuvo la revolución de las redes, los e-books, Kindle y otros productos digitales ya no suena tan absurdo.
Aclaro que no le hago fieros a la tecnología: hace muchos años que leo El País digital y tengo un Kindle que me permite acceder a novedades que, si ya era muy difícil obtenerlas en papel antes de la pandemia, ahora es imposible. Sé que no es lo mismo leer en pantalla que en papel, como no es lo mismo andar a caballo que en automóvil. Además, se pierde el gusto de ir a hojear y olfatear y palpar curiosidades en las librerías, pero también es poderoso aquello de enterarse en los diarios digitales de algo que acaba de salir, comprarlo con un click y tenerlo en tus manos en 5 minutos. Bendiciones de la globalización, de la que Amazon es abanderada.
Por fortuna para los nostálgicos, aquellos que subrayan, anotan en los márgenes y manchan las hojas con café, los impresos no se rinden. Amazon lanzó Kindle el 2007 y al año siguiente, en la feria de Frankfort, muchos editores predijeron que en diez años el e-book habría enterrado al libro tradicional. Contra semejante vaticinio, el libro se recuperó un poco y resistió hasta que un fantasma microscópico trastocó la vida y nadie sabe lo que va a pasar.
Pero los humanos nos hemos adaptado a muchas cosas en este largo viaje desde las cavernas y rápidamente le buscamos la vuelta a la situación. Así, un lector fiel a quien solo conozco por la red y que perdió el empleo, montó un pequeño emprendimiento de café y me propuso canjear su fragante producto con mi nuevo libro. Acepté encantado el trueque. Mientras haya libros y café a la mano, no todo está perdido.