El sábado, huyendo de los noticieros que solo contabilizan muertos y contagios, fui a dar en la mitad del océano Pacífico. Tuve suerte pues estaban pasando ‘Kon-Tiki: Un viaje fantástico’, película de 2012 que recrea con leves toques de ficción la odisea de seis nórdicos que en una balsa primitiva, armada con troncos de balsa de Quevedo, se lanzaron desde la costa peruana para probar que fueron aborígenes sudamericanos quienes, llevados por los vientos y las corrientes marinas, habitaron la Polinesia.
En efecto, luego de sortear mil y un peligros encallaron en una islita de la Mar del Sur. Aunque la tesis ha sido cuestionada, esa increíble expedición en una embarcación tan precaria logró probar algo más importante (y útil para nosotros en estos días cuando el país es comparado con una nave a la deriva): probó que los humanos somos capaces de cualquier cosa si un hay un líder visionario como el noruego Thor Heyerdhal, arqueólogo y aventurero con voluntad de hierro, quien reunió a otros cinco valientes con sangre vikinga para lanzarse a desafiar al incesante océano hasta alcanzar la meta luego de 101 días de navegación.
El mundo entero aplaudió la hazaña. Además, porque Thor, quien era muy buen narrador y camarógrafo, publicó un apasionante relato del viaje y ganó el Oscar al mejor documental en 1951. En su libro, que he vuelto a leer con la misma emoción de la primera vez en Manta, describe su llegada por avión a Ecuador, el descenso con los troncos por el río Quevedo y la construcción de la balsa en El Callao según el modelo de las balsas mantenses descritas por los conquistadores españoles, sin clavos ni alambres ni nada industrial.
La narración es aderezada con unas descripciones deliciosas del presidente Bustamante, sus edecanes y la crême de la sociedad limeña que va al muelle a despedirlos… esperando lo peor pues todos han vaticinado que las amarras de la balsa no resistirían al primer oleaje mar afuera. Pero la balsa resulta más marinera que sus tripulantes, quienes van aprendiendo sobre la marcha a maniobrarla y continúan rodeados de pulpos, mantarrayas, peces voladores, tiburones y delfines que pescan para alimentarse.
Ahora bien: ¿esta balsa llamada Ecuador es menos apta que la Kon-Tiki para navegar por las aguas oscuras de la corrupción y la pandemia, sin un dólar en el bolsillo pero con una legión de pedigüeños y cínicos, incapaces de ceder un centavo de sus privilegios?
Puesto de otra manera, las fortalezas de la Kon-Tiki eran de manual: un líder, una meta clara, un equipo férreamente unido, mucho coraje y sacrificio y eso de saber que estaban embarcados en un destino mucho más grande que ellos porque ese rato encarnaban los mejores valores de la aventura humana. Algo que ya habían hecho los mantas cuando surcaban el océano 500 años atrás.